Cada vez es más extraño, exótico, y hasta cursi, que la gente salude o autorice el saludo. Son zombis o entes de piedra deambulando por urbes de cemento que parecen desiertas. Siempre apurados, apáticos y desconfiados, corren de aquí para allá y de allá para acá. Algunos saludan entre dientes, de medio lado, con gestos que no corresponden a las palabras; lo hacen por manía o reflejo. Para otros, los demás son invisibles. Hay quienes piensan que la grosería les da estatus. En el fondo son seres solitarios, con muchos amigos en las redes sociales, pero desolados.
No es fenómeno solo de las calles. Lo mismo ocurre en los ambientes de trabajo, dentro de los ascensores y en los corredores de las unidades residenciales. Ignoramos a tantas personas...