El que inicia será, sin duda, un gobierno de corruptos y será, también, un gobierno de ignorantes. Esto es trágico, porque, como dijera Gómez Dávila, el corrupto descansa de vez en cuando, mientras que el ignorante ejerce de tiempo completo.
La ignorancia no es un vacío, la ignorancia es llenura. Llenura de conceptos precientíficos, de ideas económicas obsoletas, de prejuicios sin fundamento y de información errónea; todo lo cual se transforma en delirios obsesivos. Los delirios de los dirigentes se convierten en acción violenta o fuerza electoral cuando conquistan la mente y el corazón de las masas.
En su delirio ambientalista, Petro cree que la economía colombiana —0,3 % del PIB mundial y 0,2 % del CO2— está llamada a liderar la lucha contra el calentamiento global. Embelesado, el canciller promete “salvar el mundo” y, obsecuente, la ministra de Ambiente anuncia persecución a la “economía extractivista”.
Sonríen en Canadá y Noruega, cuyas exportaciones de petróleo quintuplican y duplican, respectivamente, las colombianas. También sonríen en Australia, que exporta diez veces más carbón térmico que Colombia. Son minero-energéticas la cuarta parte de las exportaciones canadienses, el 50 % de las australianas y el 55 % de las noruegas.
Como sabe cualquiera, esos tres países “dependientes” de exportar materias primas están sumidos en absoluta miseria por el “deterioro secular de los términos de intercambio”, tal como enseña la escuela estructuralista de la Cepal, de la que se proclama partidario el ministro de Hacienda Ocampo.
Además de compartir con Petro la delirante “teoría de la dependencia”, Ocampo comparte también su delirio y el de los que creen que tenemos los pobres que tenemos porque pagamos pocos impuestos y el gobierno reparte pocas limosnas y no porque somos un país de ingreso medio bajo —6.000 dólares per cápita— que no puede pretender tener el nivel de pobreza de un país de ingreso alto alto, como los desarrollados de la Ocde, cuyo ingreso es nueve veces mayor.
Al tiempo que sus compañeros de gabinete preparan frondosas listas de gente a la que subsidiar, Ocampo se esfuerza por inventar impuestos —saludables, ambientales, etc.— y elevar bases y tarifas de los existentes; parafernalia que no logra ocultar el hecho de que, cualquiera sea el nombre, los impuestos se pagan siempre del ingreso de las personas naturales.
Esto lleva al más peligroso delirio de los gobiernos de orientación socialista: la creencia de que la sociedad es un tablero de ajedrez, de fichas inertes que esperan ser movidas por la mano de los dirigentes. No —dice Adam Smith, la metáfora es suya—, esas fichas tienen vida propia y, si la autoridad actúa gravemente contra sus intereses, se resisten y tratan de sustraer al despojo tanto como puedan de su ingreso.
Cuando —en sus variadas formas: evasión, elusión, especulación, informalización, desinversión, fuga de capitales, etc.— esa resistencia se intensifica, el gobierno se enfurece y reacciona con violencia económica —inflación monetaria, regulación de precios, control de cambios, etc.— y violencia política, desatando persecución contra “saboteadores y enemigos de clase”. La sociedad sufre entonces