Los Estados Unidos se crearon de los despojos. Las colonias fundadoras no eran más que los territorios inhóspitos de Norteamérica que los españoles habían desechado, pese a ser los primeros en explorar aquellas tierras donde ni existían grandes civilizaciones ni oro ni plata. Los Estados Unidos se configuraron con las 13 colonias de agricultores ingleses, establecidas como un ecosistema cerrado y esclavista de plantaciones. Su expansión comenzó un siglo después que la española y fue muy diferente. Para empezar, los conquistadores derrotaron a grandes imperios, para lo que tuvieron que forjar sólidas alianzas dada su abismal inferioridad numérica. De estas ententes surgió una cultura mestiza, en la que pervivieron etnias, culturas fusionadas y lenguas precolombinas. La expansión anglosajona fue mucho más lenta ya que las sociedades indias del norte estaban menos desarrolladas y eran nómadas. No existían pues “civilizaciones urbanas” previas. Los “plantadores” se establecían con sus mujeres traídas de Europa (al contrario que los españoles, que, sobre todo durante el primer siglo de conquista, prefirieron mezclarse con las mujeres indígenas) y jamás contemplaron evangelizar a los indios. Con estos mimbres, las colonias anglosajonas avanzaron a duras penas y necesitaron el doble de tiempo y 300 veces más europeos que las españolas para asentarse.
Así, la gran expansión de los Estados Unidos sólo fue posible gracias a la usurpación, el hurto y la compra bajo amenaza de territorios que pertenecían a España, primero, y luego a México. Ocurrió con La Florida, La Luisiana y todos los territorios que pertenecieron al Virreinato de la Nueva España al otro lado del río Bravo, de Texas a California, del Medio Oeste hasta Oregón. Aquellas vastas llanuras casi despoblados eran perfectas para implantar una sociedad blanca y protestante con el único impedimento de unas pocas y desorganizadas tribus indias. Por qué los Estados Unidos no bajaron más en su expansión, comiéndose México y Centroamérica, sólo responde al hecho de que eran territorios muy poblados, en los que habría sido necesario mezclarse o un genocidio gigantesco.
Ahora resulta que Trump ha desvelado los planes de su Administración para incorporar Groenlandia a EE.UU. Se trata de la misma política expansionista de hace tres siglos: un enorme territorio desierto en el que apenas hay 50.000 esquimales y 7.000 daneses, ya que aunque es un territorio autónomo, pertenece a Dinamarca y, por tanto, es parte de la Unión Europea.
Se da la circunstancia de que el cambio climático puede propiciar que ese enorme bloque de hielo deje al aire ingentes reservas de oro, uranio, petróleo, gas y otros minerales, así como tierras fértiles y el 10 % de las reservas de agua dulce del mundo, un asunto nada desdeñable habida cuenta de que sólo hay un 2,7% de agua dulce en la Tierra y más de la mitad está helada. Además, Groenlandia es una base estratégica en la batalla por el control del Ártico, la nueva frontera a conquistar, por el que también están interesados rusos y chinos.
Por el momento, tanto Dinamarca como el Gobierno autónomo groenlandés han afirmado que el territorio no está en venta. Sin embargo, los esquimales exigen a Copenhague más ayudas pese a que el 50% de sus ingresos son subsidios llegados de la metrópoli.
Finalmente, quien más dinero ponga sobre la mesa para comprar la voluntad de los esquimales se quedará con la isla más grande del planeta. Así comenzaron los gringos con Cuba, con una oferta para comprarla que fue rechazada por España. Y no pararon hasta arrebatarla, junto a Filipinas y Guam, aunque en este caso les salió el tiro por la culata.
Así que, señores esquimales groenlandeses, ya saben lo que les espera si se venden al Tío Sam: acabarán en reservas, comiendo carne en conserva y hartos de whisky. Si la historia se repite de nuevo, más o menos, ese es el plan.