Así como cultura no hay sino una, hombre no hay sino uno, y así como cada cultura es un modo de cultura, cada hombre es un modo de hombre. Esta afirmación nos lleva a tener presente la realidad como unidad de lo múltiple y como multiplicidad de lo unitario.
La humanidad es una, y cada hombre es distinto a su modo, de manera que es posible afirmar que somos desigualmente iguales e igualmente desiguales. Algo nos une y algo nos distingue y hasta nos separa.
Que cada hombre sea un modo de ser hombre presenta a la educación la tarea colosal de tomar a cada uno según su idiosincrasia y personalidad. Tarea que comienza en la cuna, con un camino interminable por recorrer.
A mí me corresponde cultivarme con esmero sin fin, dado que lo que yo no haga por mí mismo, se queda sin hacer. Nadie puede mirar por mí, escuchar por mí, hablar por mí, y más aún, pensar o amar por mí.
El modo, que es estilo, sello, talante, idiosincrasia, personalidad, por ser dinámico, requiere cultivo permanente. Si yo me pregunto qué modo de ser hombre soy yo, a lo mejor me lleve un sustico al ver qué poco me cultivo, pues vivo en la sobrehaz de las cosas.
Tengo cinco sentidos en el cuerpo, ojos, oídos, olfato, gusto y tacto. Con qué esmero los cultivo, y más si caigo en la cuenta de que, dada la unidad de mi cuerpo con mi alma, todo lo que afecta una parte mía, afecta todo mi ser.
Los ojos son para ver. Cuánto cultivo yo mi capacidad de ver, sabiendo que los matices de la luz son de sutileza infinita. El zorro dice al Principito: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Misterio asombroso el de ver lo invisible con los ojos del corazón.
Y el evangelio nos revela quién es Jesús. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Y también: “Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna”. ¡Tarea abrumadora la de educar los ojos para la visión beatífica!
Los oídos son para escuchar. Cuánto cultivo yo mi capacidad de escuchar, sabiendo también que los matices del sonido son de sutileza infinita. La música de Juan Sebastián Bach es un presentimiento asombroso del concierto celestial.
Con el incremento vertiginoso de los medios de comunicación, ¿nos estamos educando para ver lo invisible, oír lo inaudible y pensar lo impensable?.