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Humberto Montero
Columnista

Humberto Montero

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Homo “ecologicus”

Por humberto montero

hmontero@larazon.es

Los primeros homínidos tardaron casi 2,4 millones de años en pasar de la tecnología del canto tallado y las lascas, elaboradas por el homo habilis y el rudolfensis en África durante la edad de piedra temprana, a desarrollar una industria de puntas de lanza con las que cazar en la edad de piedra intermedia. El salto tecnológico transformó de carroñeros en cazadores a los antecesores del homo sapiens. Retengan esa cifra: 2,4 millones de años, siglo arriba o abajo, para lograr sacar filo simétrico por las dos caras a una piedra. Desde esa fecha, en la que surgieron las puntas de lanza (bifaz achelense) y otros artilugios hasta la tecnología de los actuales móviles han pasado solo 200.000 años, un suspiro en la evolución humana. En esos 200.000 años, los útiles labrados en piedra han dejado paso a aviones que surcan los cielos y naves espaciales que se posan en Marte.

En 200.000 años avanzamos más que en 2,4 millones de años. Si me apuran, el actual mundo globalizado surgió anteayer, con el descubrimiento de América, cuando el hombre tomó plena conciencia del planeta que habitaba y logró dar la vuelta al mundo, la circunnavegación de la Tierra de Magallanes-El Cano bajo pabellón español, una gesta de la que se cumplen 500 años. Y aún más, en el último siglo y medio, el ser humano ha corrido más rápido que nunca en la historia. Desde la imprenta, la electricidad, la máquina de vapor, la penicilina o las telecomunicaciones. En esos 2,4 millones de años desde que surge el primer miembro del género homo, hemos sido capaces de adaptarnos a casi todas las condiciones. Quienes no lo lograron, por tener una alimentación muy reducida, como los grupos herbívoros, desaparecieron. Superando glaciaciones, periodos templados y también cálidos, gracias a la mayor arma de la que disponemos: el cerebro y su brutal capacidad para desarrollarse.

Quienes afirman que cualquier tiempo pasado fue mejor deberían envainarse el pesimismo y reflexionar sobre la evolución del ser humano, el único animal capaz de experimentar tan vertiginosa mutación. En todo ese proceso, los hombres hemos superado infinidad de adversidades.

Ahora, muchos agoreros del ecologismo pretenden hacernos creer que somos un peligro para la supervivencia de la Tierra. Escuchen estos días a los charlatanes que pasarán por la Cumbre del Clima en Nueva York y se les disparará el eco-estrés.

No seré yo quien niegue el impacto de la actividad humana en nuestro planeta. En 1800, éramos 1.000 millones de habitantes. A día de hoy, superamos los 7.700 millones y a finales de siglo, si no hay sobresaltos, podríamos alcanzar los 15.000 millones de habitantes. La presión humana es brutal como nunca hasta ahora. Sin embargo, en contra de quienes consideran que la Tierra no puede prosperar con tantos seres humanos en su interior está la historia de la evolución. La Tierra es hoy un lugar más plácido y acogedor, y el clima es más suave que nunca, por eso crecemos sin cesar. Evidentemente, no podemos convertirnos en una plaga que aniquile todo a su paso, lo que causaría nuestra destrucción. Por eso mismo, debemos ser capaces de consumir con cabeza. Porque no es lo mismo tener a 7.000 millones de personas bebiendo agua dulce y comiendo al menos dos veces al día todos los días que duplicar esas cifras sin creer que nuestro planeta sufrirá las consecuencias.

Pero en contra de lo que escucharán estos días, no hay nada del todo irreversible. El deshielo se puede revertir, lo que llevará su tiempo, y las selvas pueden ser recuperadas y salvaguardadas. Los ríos, mares y océanos pueden preservarse con un poco de cabeza y los cielos pueden recuperar su esplendor. Aunque no debemos equivocarnos: por mucho impacto que causemos al planeta y todo el esfuerzo que pongamos en evitarlo, la naturaleza nos supera. Con que los 300 géiseres del supervolcán de Yellowstone revienten de verdad, escupiendo suficiente roca caliente como para llenar 14 veces el Gran Cañón, nos enfrentaremos a una nueva glaciación. Y adiós al calentamiento global sin que ni siquiera Trump tenga la culpa .

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