Leo un artículo de El País de España sobre el informe Homofobia de Estado 2019 de la Asociación Internacional de Gais, Lesbianas, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales (ILGA), difundido este miércoles. Me sorprende que el peligro de morir por mantener relaciones homosexuales no ha disminuido respecto al último informe. Seis países lo castigan con la pena capital: Arabia Saudí, Irán, Yemen, Sudán, 12 Estados que conforman Nigeria y parte de Somalia. Además, un gay puede ser condenado a muerte en Mauritania, Emiratos Árabes Unidos, Catar, Pakistán y Afganistán. El informe resalta que aunque Irak ha desaparecido de la lista “por la eliminación del Estado Islámico, queda como un país que criminaliza de facto debido a que persigue a los homosexuales utilizando leyes de escándalo público, prostitución y otras”. En otros 26 la condena máxima por estos actos varía entre 10 años de prisión y cadena perpetua. En 31 se castiga con hasta ocho años. En resumen, en uno de cada tres países (35 %) es peligroso mostrarse como miembro de la comunidad LGTBI.
Hace un tiempo, escribí en un artículo que no entendía por qué, si supuestamente éramos una especie animal evolucionada, nos comportábamos como bárbaros. Decía que hasta el momento yo no había visto a unos leones asesinar a una familia de pingüinos y, después de sacarles los ojos, pusieran un letrero que dijera: “Por sapa”.
De los comentarios de los lectores me llamó mucho la atención uno que parafraseo: “tampoco vemos entre los animales del mismo sexo que se busquen y hagan el amor. Pero ya en las grandes ciudades se están casando y están siendo reconocidos en matrimonio. Definitivamente los animales tienen una mejor educación moral”. Apenas leí ese comentario recordé una exposición fotográfica titulada: “¿Contrario a la Naturaleza?”, la cual exploraba el homosexualismo en 1.500 especies animales y, por supuesto, buscaba desmitificar ese asunto “antinatural” que muchos le asignan a la homosexualidad.
Pues sí, resulta que los tiernos delfines, las hermosas focas, los ositos polares, los pingüinos reales, los rudos bisontes, los elefantes, las jirafas y diversas aves han mostrado comportamientos homosexuales sin sentir ninguna vergüenza. Según el biólogo Geir Einar Ellefsen Soeli, el índice de homosexualidad en el reino animal varía desde un 2 a un 15 %.
Ser homosexual no es una “ideología”, no es una opción, no es una moda, no es una depravación moral ni mucho menos una enfermedad como todavía algunos creen, a pesar de que hace más de 30 años dicho estigma fue eliminado por la Organización Mundial de la Salud y por la Asociación Americana de Psiquiatría en su Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM- IV).
Ser homosexual es algo tan natural como ser heterosexual; por esa razón, lo ideal sería que dentro de la diversidad animal que existe en este reino, todos podamos convivir sin prejuicios, sin señalamientos, sin el miedo absurdo de tener que ocultar lo que se es porque todavía la sociedad rechaza la diferencia.