Lo peor de la supuesta nueva izquierda es su nula capacidad para sostener su atisbo de transformismo demócrata en cuantito se le tuercen las cosas. Es meter la pata hasta el fondo y les salen espumarajos por la boca. El más reciente ejemplo lo hemos visto en Chile.
Allí, una aplastante mayoría de los chilenos rechazó el pasado domingo la opaca y torticera propuesta de nueva Constitución. Con casi el 62 % de los votos, la oposición al texto ha sido mayor de la que auguraban las encuestas. El resultado supone mantener, de momento, la actual Carta Magna, que fue redactada en 1980, durante la dictadura de Pinochet, y reformada, al parecer con buen criterio, en los últimos y democráticos tiempos de Ricardo Lagos.
Pero como los comunistas de nuevo cuño tienen poco que ofrecer, el gobierno de Gabriel Boric se lió la manta a la cabeza y propuso una reforma para su público más vintage. A saber: socialistas de café y casa en la playa, “perroflautas” varios con pretensión de trincar un cargo público, indignados de iPhone, Vans y camisola del Che, y fumetas de todo pelo. El resultado, ya lo ven: el nuevo líder de la izquierda latinoamericana, surgido de las revueltas estudiantiles de 2011, no ha logrado hacer bueno su propósito de enterrar la Constitución de Pinochet y algo me dice que dejará el cargo sin lograrlo. Me aventuro a largo plazo pese a que, a mi entender, Boric debería de haber presentado su renuncia ante el sonoro fracaso cosechado por su más relevante proyecto. Y eso siendo benévolo, porque, más que fracaso, Boric ha hecho el ridículo.
Además de farragoso, el proyecto presentaba un Estado “plurinacional”, “multiétnico”, y un batiburrillo de memeces intersexuales y transgénero que se las trae al pairo, como se ha visto, a la inmensa mayoría de chilenos. Una macedonia metida a la batidora de la que ha salido un líquido tiñoso con olor a rana. Y mira que la izquierda tenía todos los ases en la manga para pasar a la historia como artífice de la “reforma” democrática, porque en octubre de 2020 el 78 % del electorado chileno votó un referéndum para elaborar un texto nuevo que podría representar un cambio radical para el país. Pero ni por esas.
Como en muchas ocasiones, la Iglesia católica ha puesto el dedo en la llaga. El pastor de la diócesis de Iquique, monseñor Isauro Covili, indicó al hacerse público el resultado que la democracia había ganado. Sin embargo, alertó de que “nadie puede sacar cuentas alegres”. “Cuando en la elaboración de un texto que debiera concitar la unidad de nuestra nación, no se acoge ni se escucha a instituciones importantes de nuestra historia y vida en sus aportes”, en referencia se a las iglesias, entre ellas a los obispos de la Iglesia católica, y “donde una minoría pretendía imponer su visión”, lo normal es que el texto esté destinado “a no ser aceptado por la mayoría, especialmente por haber introducido el aborto libre y la eutanasia, entre otros temas”. Más claro, el agua.
Pero como la nueva izquierda, al igual que la vieja, no cree en la democracia, a sus nuevos líderes les ha faltado tiempo para ningunear a la mayoría de los chilenos. Como Petro, que tuvo la feliz ocurrencia de tuitear “Revivió Pinochet” cuando se conocieron los primeros recuentos. No, Gustavo, revivió la democracia por culpa de una mala propuesta populista que a los chilenos no les gusta. Un poquito de respeto, diplomacia y educación, por favor