La noche del sábado 14 de octubre confluyeron en Medellín los dos instintos más contradictorios que existen: el instinto de vida y el instinto de muerte.
Esa noche se celebraba un festival llamado Instinto de Vida, una reunión convocada por el movimiento latinoamericano que lleva el mismo nombre, que tiene como propósito hacerle entender a la gente que el homicidio no es justificable y que se debe dejar a un lado esa desidia frente a la muerte.
El lugar escogido era el patio central del parque cementerio San Lorenzo, arribita de Niquitao, un sector de la ciudad que ha conocido como ninguno las afugias de la muerte y que siempre va a necesitar tanta vida como pueda. Hasta ahí, todo bien, todo al pelo para un buen momento.
Paradójicamente, mientras...