La arrogancia pasa por los estadios de la soberbia, la presunción, la prepotencia, la altanería, el engreimiento y la vanidad, pero su último destino es la soledad. Y la soledad del arrogante deprime y asfixia. No es una virtud; es más bien el disfraz de los complejos de inferioridad y de inseguridad. No es lo de ostentar, porque el arrogante se derrite con facilidad. La arrogancia es cuna de muchas deficiencias, pero, sobre todo, del fastidio y el empequeñecimiento. La arrogancia no solo es miope, es ignorante. Es una venda que no permite ver las propias limitaciones.
Lejos de la sana autoestima -que se refiere a la confianza en las capacidades personales-, los arrogantes tienen una percepción agrandada de sí mismos. Por eso creen merecer reconocimientos...