Por alberto velásquez m.
La polarización hace parte del juego democrático. No es de extrañar su presencia en la política. Es inherente a la controversia política. Es la antípoda del unanimismo que aspira a patentar el pensamiento único, el partido único, el caudillismo autocrático.
La polarización se explica cuando se produce por la fricción de ideas. Por las discrepancias filosóficas que le dan dinamismo, creatividad, enriquecimiento al ejercicio de la política. Pero cuando la polarización degenera en radicalización visceral, en gérmenes de odios, se vuelve de alta peligrosidad. Y hoy en la política colombiana, impera más la malevolencia que el debate cerebral. La excitación como munición de los energúmenos para disparar agravios, degradando la polémica. Aquí se cosechan menos razones lógicas y más abundancia de pasiones desbordadas.
Ante la violencia verbal y escrita que inunda micrófonos, imágenes y periódicos, entidades como el Banco de la República y Anif muestran su preocupación ante el exacerbamiento pasional y hallan ahí la raíz de los tropiezos que sufre la economía nacional para avanzar. Juan José Echavarría, gerente del Emisor, asegura que los hechos ocurridos en materia política y judicial durante los últimos meses le están pasando factura a la recuperación de la economía colombiana. Y Sergio Clavijo, de Anif, complementa el preocupante cuadro para sostener que “el debilitamiento de la seguridad urbana y el elevado grado de impunidad judicial, no ayudan a tranquilizar a los ciudadanos”.
Coinciden estas apreciaciones cargadas de escepticismo, con la encuesta de opinión que entre los industriales hace la Andi. Reconocen que si bien hay incertidumbre normativa, jurídica, política, son el orden público y la inseguridad ciudadana los que ocupan la primera fila en el origen de los recelos y la desconfianza. Y bajo la incertidumbre de la seguridad, no solo hay fuga de capitales y decadencia en la generación de inversión y empleo, sino envilecimiento del sentido de respeto por la vida humana.
El gobierno Duque hace esfuerzos por superar todas las malas herencias que recibió, comenzando por la desfinanciación del posconflicto. Con el agravante que aquí, en rigor, no hubo un Acuerdo de Paz integral, sino un simple pacto con parte de las Farc que obtuvieron su desproporcionado premio con las diez curules que se les regaló, en tanto cientos de combatientes siguen activos sin desmovilizarse, en azaroso contubernio con grupos delincuenciales explotando el cultivo de la droga y de la minería ilegal.
Mientras la paz es esquiva, caciques politiqueros persisten con su vieja política de invectivas, en radicalizar a la opinión través de la injuria. Realzando aquella frase siniestra de los años 40 del siglo pasado de “hacer la república invivible”. Y tratan de ahogar a un hombre fresco y preparado como Iván Duque, sin pensar que asfixiando el sistema, el país en un plazo no muy largo podría ser sumergido en un gobierno populista. El mismo régimen demagógico que muestra sus dientes por la región como lo previene en su última edición The Economist, al detectar, como su caldo de cultivo, el hartazgo de los votantes con los líderes políticos, con la corrupción y la debilidad de las instituciones.