En medio de noticias preocupantes –economía postrada, inocultables evidencias de acentuarse el hambre, la pobreza, el desempleo, empresas quebradas y un Estado endeudado con una cantidad de compromisos y gastos causados por la pandemia– aparecen nuestras dos grandes universidades paisas, la de Antioquia y la Pontificia Bolivariana, desarrollando métodos y sistemas para enfrentar el coronavirus. Encienden una luz en la incertidumbre producida por tanta oscuridad.
Las dos universidades, insignias de la región. La de Antioquia, con más de 200 años de historia, es una de las grandes, referente nacional de la educación pública superior. La Bolivariana, que nació muchos años después, arropada en la esencia de la filosofía cristiana, fue la respuesta de la iniciativa privada a la politización que infectó a nuestra Alma Mater en épocas de hegemonías políticas. Desde entonces ambas universidades han marchado en paralelo en la elevación del nivel académico, tecnológico y científico al servicio de la región y del país. Quienes pasamos por sus aulas universitarias, en una como alumnos y en la otra como profesores, sentimos orgullo con cada éxito que nace de sus aulas, investigaciones y laboratorios.
Y ahora de esos laboratorios nace la esperanza. El equipo de inmunología de nuestra Alma Mater encapsuló el virus del Covid-19, el nuevo enemigo mortal de la humanidad. Logró aislarlo en un tubo de ensayo, quizá más confinado que los niños y “abuelitos” en las celdas solitarias de las cuarentenas. Allí, preso el virus, se podrán evaluar los medicamentos destinados a inhibir su acción destructora. Nuestra universidad ratificó nuevamente que sigue siendo, como canta su himno, “Invicta en su fecundidad”.
La Bolivariana, conjuntamente con el Sena, fabricaron un robot. Permite este nuevo ciudadano de metal, que mide 1.40 metros de alto, escuchar y observar a los pacientes a través de mecanismos similares a las videollamadas. Cuentan con sensores para tomar la temperatura –primer síntoma de aparición del virus– y reemplaza la labor de cuatro profesionales de la salud, “disminuyendo el contagio de médicos y enfermeras con el paciente”. Por ahora el robot, dice en EL COLOMBIANO el director científico de la UPB, “será usado en pisos de hospitalización pero no en las unidades de cuidados intensivos”. Con el tiempo, calcula el profesor Barrientos, se podrá adaptar para utilizarlos en las UCI.
La academia vuelve a sacar la cara por el país. Las dos universidades, una pública y otra privada, sorprenden gratamente a la comunidad científica. Lo que entierran los políticos en sus zafarranchos y pugnas vergonzosas en momentos de confusión y dudas porque carecen de liderazgos, lo sacan con talento, dedicación y solidaridad, las universidades, los centros de investigación como el Sena, y los empresarios que financian esas conquistas.
En estas urgencias y limitaciones, nuevamente aparecen en escena las dos Colombias. La de los políticos que destruyen, con lenguaje virulento, polarizante y anacrónico, y la otra Colombia, la más amable y transparente que en los laboratorios se quema las pestañas para lograr descubrimientos, avances tecnológicos y científicos en la construcción de una sociedad más sana, más productiva y más emprendedora.