El lunes después de las elecciones me fui temprano para donde el padre Nicanor, mi tío. Me paró en seco.
-Bienvenido, hijo, pero no para hablar de los resultados electorales. Los colombianos somos muy primarios, muy precipitados. Haya lo que haya pasado en los comicios, madrugamos a pontificar. Que si la derecha, que si la izquierda, que las nuevas figuras, que si se acabaron los partidos tradicionales, que si movimientos políticos sin raigambre y estructura, que si..., que si...
-Es que ocurrió algo muy interesante, tío. Eso pienso yo, al menos.
-En unas votaciones siempre todo parece cambiar y, al mismo tiempo, todo sigue lo mismo. Soy escéptico. Por eso voté en blanco. Me da pena, pero hoy no voy a hablar contigo de política, de elecciones. Tú me perdonas.
-Pues, entonces, yo doy media vuelta y me voy. Y me voy desengañado, decepcionado.
-Tampoco te pongas así, muchacho. Es que entre nosotros se corre el riesgo de confundir los análisis con los desahogos. Estás decepcionado, dices, desengañado.
-Sí. Desengañado, decepcionado. Berraco, que es como dizque se vota aquí.
-Pues para que no me digas que voy a empezar a sermonearte y eso te haga poner más berraco, saco de la manga de mi sotana una digresión etimológica. Tú sabes que a mí me gusta perder el tiempo en esas curiosidades.
-A ver, tío, pero no me mame gallo.
-Vamos por partes. Decepción viene del verbo latino “decipere”, que significa burlar, engañar. Más que desencanto o frustración, lo que el vocablo traduce es la sensación que vive quien cae sorpresivamente en una trampa. No es sólo desilusión, sino también rabia, tristeza, desengaño.
-Que es lo que nos producen los políticos y polítiqueros. Rabia por sentirnos engañados por ellos.
-Claro. Y ahí está la otra palabra: engaño, que por el italiano “ingannare” nos viene de la baja latinidad con el significado de escarnecer, burlarse de alguien.
-No sólo caemos en la trampa, sino que somos burlados, escarnecidos.
-Y regañados. Porque según Corominas el vocablo “ingannare” se deriva del latín “gannire”, que da origen al verbo castellano gañir, que es aullar o ladrar los perros, de donde procede regañar, que es no sólo dar muestras de enfado y reprender, sino también, dicho de un perro (y de los políticos enfrentados) ladrar mostrando los dientes.
-Pues eso fue, tío, la confrontación electoral del domingo, eso fueron las votaciones y, eso, me atrevo a decir, es lo que va a seguir.
-Agradece, por lo tanto, la decepción, el desengaño. Más allá puede estar la verdad. Y te prometo, cuando ya pase la humareda electoral, hablar de los candidatos y las candideces que salieron a flote el domingo. Que Dios te bendiga.