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Y todo se origina en la obediencia a una ideología, que ciega, alucina, hace que se le despiporren las palabras y envuelve en el error al orador o escritor que disfruta horas enteras lanzando trino.
Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co
¿Cómo definir, si se quiere de modo metafórico, el trastorno que padece y hace padecer a los demás un personaje muy influyente que incurre en equivocaciones graves y elementales cada vez que escribe por su inseparable auxiliar de comunicación de twitter o equis, o que habla ante las cámaras de televisión? He consultado con una autoridad polimática para concretar si es apropiado decir que el señor aludido sufre de indigestión ideológica, dispepsia intelectual, disestesia o verborrea, para no hablar de una prosaica diarrea mental. Resulta que sí son formas adecuadas de catalogación.
En el panorama informativo son abundantes los casos citables de embolate que implican alteración de la realidad, comisión de errores históricos penosos, engaño a la audiencia y contumacia para sostenerse en el disparate en contra de las evidencias. A embolatar puede encontrársele un sinónimo en el habla popular, que es despiporrar. Al orador y twitero empedernido suelen despiporrársele los conceptos. Y él mismo se celebra en público los desatinos, hasta agredir de palabra a todos aquellos que se atrevan a corregirlo, desmentirlo e incluso caricaturizarlo. Contradecirlo puede poner en peligro de afectación de sus derechos personalísimos a todo aquel que tenga la avilantez de hacerle ver el desacierto, un desacierto que puede malograr algún proyecto.
Revela síntomas de dispepsia intelectual todo aquel que no distingue o distingue al revés un atentado terrorista cometido por determinada organización tenebrosa y se empecina en condenar a la víctima y defender al victimario, al perpetrador de la grave y mortífera acción provocadora que despierta obvia respuesta defensiva del agredido. Este ha sido un caso muy reciente y de dominio público: Hamas es una facción que tiene como rehenes a los palestinos en la Franja de Gaza. No tiene la representación legítima del Estado Palestino. Pero resulta situado en el papel de víctima por causa de la declaración del paciente de marras que, en lugar de proceder con ponderación y sensatez a condenar la acción terrorista, prefiere acusar al país agredido.
Y todo se origina en la obediencia a una ideología, que ciega, alucina, hace que se le despiporren las palabras y envuelve en el error al orador o escritor que disfruta horas enteras lanzando trinos con el juguete que no suelta como instrumento de difusión, a falta de mejor método de comunicación pública. La obediencia a la ideología priva de sostener y expresar el pensamiento crítico. Lo dicho me ayuda a hacer una pregunta, no una afirmación categórica porque puedo estar equivocado. Es una cuestión que surge de tantos indicios como los que aparecen hora tras hora: ¿será que el mandatario de este país sufre o está a punto de sufrir de disestesia o verborrea, indigestión intelectual, dispepsia ideológica, porque se le va la paloma cuando hace alarde de su destreza oratoria y empieza a enredarse con afirmaciones que después no alcanza a enmendar o aclarar, porque sabe que le aplauden unas huestes sumisas a una ideología que no conocen pero las fanatiza?