Las consecuencias que va dejando el coronavirus adquieren dimensiones de catástrofe. No solo en el número de víctimas que ha cobrado, sino en las ruinas económicas y sociales que va dejando a su paso. Es el desencadenamiento de jinetes apocalípticos exterminadores, o como el caballo de Atila, que por donde pasaba no volvía a crecer la hierba.
Los informes del Banco Mundial son aterradores sobre la caída de la economía en Latinoamérica. Será su contracción del 7,2 % para este año, desplome que se llevará los débiles cimientos que esta región en desarrollo venía construyendo en medio de dificultades y sacrificios. Tres veces más profunda que el crecimiento negativo causado por la crisis de 2008. El triple de la caída producida por la crisis de la deuda en 1983 y cuatro veces más nociva que la de la gran recesión de 2009. Además, como sobremesa, la peor desde la Segunda Guerra Mundial.
Por supuesto que esos derrumbamientos del PIB tendrán efectos arrasadores en los indicadores sociales de la zona. La pobreza, la miseria, las desigualdades, el desempleo, la degradación de las clases medias, será inevitable e inocultable. Y esos impactos crean irritabilidad, revanchismos, inseguridad por la asfixia de recursos para sobrevivir.
Como en país de ciegos el tuerto es rey, podría servir de consuelo –en medio de tanto gemido colectivo con lo que está pasando y lo que se espera que sucederá si los brotes y rebrotes del virus retornan como lo prevén los arúspices de la Organización Mundial de la Salud–, el comportamiento de Colombia no sería tan malo. Si bien los sueños que tenía el país a comienzos del año 2020 de mostrar un crecimiento cercano al 4 % no se cumplirán por los efectos de la peste, su caída estará por debajo del promedio negativo latinoamericano. Será del 4,9 %, siendo la segunda economía de la región, después de Chile, con menores estragos pandémicos. El golpe más duro será para el Perú con una caída del 12 %. Los dos países gigantes de Latinoamérica, Brasil y Méjico, descenderán por encima del 7,2 %, promedio de toda la región.
Gasto público racionalizado del Estado como lubricante de una economía en los físicos cueros y austeridad en las familias para enfrentar esta nueva pandemia económica. Si bien hasta ahora el virus se ha manejado con destreza por el gobierno nacional, se espera que en estas épocas de vacas flacas que se vinieron encima, la sensatez y la habilidad sigan rigiendo las decisiones de los responsables en la conducción de la economía y las políticas asistenciales, para que las brechas entre las clases sociales no se profundicen más, pues lo contrario avivaría las olas de protestas que inundaron hasta hace poco plazas y calles colombianas .