La más dañina y poderosa fábrica mundial de mentiras y chismes domina las mal llamadas redes sociales, transformadas en antisociales por la abundancia de embustes e incitaciones solapadas al error. En toda la historia nunca había operado una máquina semejante. Deslumbrados por las versiones falaces de la realidad, por la distorsión permanente de los hechos, desde los más simples a los más trascendentales, muchísimos usuarios de esas plataformas contaminadas acaban creyéndoles más que a los emisores confiables y creíbles. Caen en esa trampas seductoras y no pueden separárseles..
Amigos que viven en el exterior y buscan las noticias enredados de buena fe en tales maquinarias de falsedades ya están convencidos de que nuestro país está siendo desintegrado por una macabra guerra civil que destruye la sociedad como si esto fuera Siria u otra nación destrozada por la violencia. Uno de ellos me rechazó la invitación a participar en un coloquio virtual sobre el séptimo centenario de la muerte de Dante, porque “no puedo estar en una tertulia hablando de ese personaje mientras los jóvenes de mi patria mueren asesinados por las autoridades”. Y un colega no menos engañado me dijo que “allá se acabó el periodismo, que no hace sino manipular y mentir al servicio de los enemigos de la paz y los derechos humanos”
Ninguno de los corresponsales aludidos es intonso, valga decir a ninguno lo calificaría de ignorante, por creer a pie juntillas en la catarata de videos y mensajes carentes de veracidad o que propagan rumores fantasiosos y acomodados a intenciones torticeras. Guardadas las proporciones, recuerdo los antecedentes de la dura temporada del narcoterrorismo en Medellín, cuando enviados de medios periodísticos del exterior nos pedían fotos de archivo que mostraran atentados desastrosos, para lanzarlas al mundo porque si no mandaban imágenes de tal estilo perderían su tiempo y no podrían propagar noticias sensacionalistas.
Agrandar situaciones conflictivas ha sido una de las prácticas del periodismo amarillista, que miente y desfigura la realidad. Hay ejemplos a porrillo. Acordémonos de Hearst, cuando le exigía a su enviado en Cuba que, aunque no hubiera guerra la inventara y él se encargaba de hacerla desde sus periódicos. Pero el sensacionalismo no es una cualidad periodística. Quebranta normas éticas elementales. Y no es característica general de los medios de prensa, radio, televisión e internet que trabajan por sostener credibilidad, que merecen confianza por su acreditada tradición de respeto a los ciudadanos, así no estén libres de equivocarse y sin negar la gravedad de las circunstancias ni cohonestar abusos de parte y parte. El sensacionalismo descarado identifica las redes antisociales, que muchos confunden con periodismo, cuando sólo son fuentes envenenadas que forman la más peligrosa fábrica mundial de chismes y mentiras