Por david e. santos gómez
Hace un año, justamente por estas fechas, Latinoamérica ardía en protestas populares. Chile estalló a mediados de octubre, cuando la inconformidad por el aumento del tiquete de metro funcionó de catalizador para una sociedad agotada y desigual. Bolivia, al final del mismo mes, voló por los aires tras unas elecciones presidenciales llenas de dudas que terminaron con Evo Morales refugiado en el exterior. Para entonces, Ecuador ya había logrado detener desde las calles unas medidas económicas polémicas impulsadas por Lenin Moreno. Colombia, por primera vez en décadas, y tras el llamado a un paro nacional por parte de las centrales obreras, tuvo una movilización de cientos de miles, tanto en capitales como en municipios alejados, para pedirle al presidente Iván Duque un viraje sustantivo en temas como la salud y la educación.
La marejada latinoamericana fue el tema del fin del 2019. Algunos cambios se pedían de forma inmediata y se lograron. Otros eran de largo aliento y llevaron a nuevas elecciones en Bolivia o a la promesa de redacción -tras tires y aflojes- de una nueva constitución en Chile. En nuestro país, la amalgama de peticiones pasó a ser tan genérica y los liderazgos de la inconformidad tan dispersos, que los cambios (más allá de algunas ofertas mínimas) se aplazaron hasta chocar de frente con un mundo pandémico apenas despuntó el caótico 2020.
La unidad necesaria para afrontar el covid-19 disimuló por algunos meses, a punta de programas televisivos y noticias ampulosas, la desidia estatal y la falta de liderazgo del gobierno que tenemos. Duque, de tropiezo en tropiezo, es regañado incluso por su mentor, que le pide más agilidad y mejor comunicación. Le exige -casi- que despierte. La Casa de Nariño, sin embargo, no conecta con las necesidades del país y como si no tuviéramos suficientes ejemplos de la indiferencia que por décadas ha tenido Bogotá con el resto del país, llegó Iota para evidenciar el abandono estatal y la lentitud en la toma de acciones frente acontecimientos anunciados.
Lo que ocurrió hace un año en Colombia fue histórico. Movilizador y representativo de un alto porcentaje de la sociedad, mayoritariamente joven, cansada de discursos vacíos y acciones contradictorias. Doce meses después la inconformidad sigue ahí y busca una válvula de escape. A la vuelta de la esquina están las elecciones.