Por Edward Joel Morrón BonnetT - opinion@elcolombiano.com.co
Cinco siglos después de haberse escrito, es sorprendente cómo las dinámicas políticas se sujetan a las indicaciones contenidas en El príncipe de Maquiavelo, aún controvertidas y tildadas de inmorales y perversas. Si así son las cosas, podríamos reunir dos perspectivas sobre la política actual: es gravemente corrupta o sumamente brillante, ya que la práctica de la demagogia demanda un bagaje intelectual que no todo sujeto posee. Por supuesto, es lamentable que el juego del poder se alimente de falsas promesas, pero causa mayor conmoción que ignoremos este detalle o, peor aún, que lo neguemos. Asumir que todo candidato es un natural mentiroso es un gran paso para entender las aristas de nuestra democracia. Sin embargo, hay grandes y pequeños mentirosos, por esto el votante debe catalogar a los candidatos antes de escoger a su gobernante, lo cual podría traer desilusiones o rencores en el camino. De por sí, el ejercicio político es desagradable cuando la mayoría de los aspirantes son potenciales demagogos, pero no por ello debe dejarse de lado el estudio minucioso de sus perfiles y propuestas, ya que ellos también se aprovechan de nuestra desidia. Mírelo de esta forma: al momento de contratar a un nuevo empleado, ¿no estudiaría sus antecedes penales, sus títulos universitarios, sus anteriores trabajos y el valor agregado que puede brindarle a su compañía antes de escogerlo? De la misma forma hay que observar a los aspirantes a la Casa de Nariño: como futuros empleados de la Nación, circunscritos a nuestros intereses y necesidades. En todo caso, no caiga en la falsa dicotomía entre lo correcto y lo ideológico, ya que lo segundo no será siempre lo preferible. Dicho de otra forma, ¿la escogencia de un candidato debería estar resuelta por el agrado ideológico que le cause o deberían sopesarse otros factores como los antes descritos? La respuesta solo la sabrá usted. Recuerde, finalmente, votar a conciencia, para luego no caer en remordimientos