“El cielo estrellado sobre mí y la conciencia de la ley moral que habita en mí”. Esta es una de las frases más bellas de la filosofía. La escribió el muy sabio Kant en su Crítica de la razón práctica, al enunciar dos cosas que llenaban su ánimo de admiración y respeto. La ley moral, precepto absoluto, fundamento obligado de la conducta de todo individuo, imperativo categórico. Lo demás puede ser lo de menos, y me excusan los juristas. La ley sin contenido ético es vacía, decorativa. Si el ciudadano, en particular el periodista, desdeña la estructura moral, cumplir las normas legales resultará mera apariencia.
Así, cuando algún colega se resiste a incurrir en un acto ilícito sólo porque la ley lo preceptúa y lo tipifica como delito, pero no porque esté quebrantando la norma superior no escrita pero grabada en la conciencia, puede violar un derecho fundamental. Por ejemplo, difamar, injuriar, calumniar, porque la ley penal en tales casos sea ineficaz y reina de burlas, constituye una falta extrema de moral y de ética profesional y comporta la violación de un derecho personalísimo como el de la honra del agredido, un derecho absoluto inherente a la integridad moral, un derecho innato, vitalicio, esencial, inalienable...
Ahí está el quid del asunto: Si se ignoran, subestiman, desdeñan o ridiculizan los principios y valores éticos, al amparo del pretexto de que la libertad de expresión y de opinión sería un derecho prevalente y todo valdría en el periodismo, la injuria es una falta extrema de ética. Si no hay respeto por la ética profesional, ni hay “conciencia de la ley moral que habita en mí”, si no se respetan fronteras éticas, no hay nada que hacer. Apagá y vámonos, como dice el proverbio, tal vez chino.
Eso sí, advierto que este razonamiento de ningún modo tiene por qué justificar el artículo intimidatorio empacado en el consabido proyecto de ley contra la corrupción. Es que ni la crítica a los servidores públicos es delictuosa, ni es aceptable que un Fiscal lengüilargo diga que detrás de toda crítica “hay un delincuente parapetado”, ni la injuria tiene por qué ser un delito. Lo dicho: Sobra, en el ordenamiento penal. Siempre ha sobrado. Muy pocos le paran bolas. Pero es esencial en la estructura ética de un periodista. Da rabia que algunos en su prepotencia y su falsa superioridad se sientan facultados para difamar, vulnerar derechos personalísimos como el del honor y trapiar pisos con la fama de los demás. Se desacreditan, tarde o temprano. Es la suerte que merecen. Insisto en que no hace falta que la injuria sea delito, pero sí es una falta extrema contra la ética profesional, tan incómoda para algunos personajes famosos