Sin ceremonias, sin procesiones, va a ser ésta una semana santa a palo seco. Que puede poner a prueba el sentimentalismo religioso y devocional al que a menudo se reduce la vivencia de estos días. No está mal, para calibrar nuestra fe, una prueba como la que este año nos va a deparar el Señor. Una semana santa distinta, que, en el fondo, puede resultar parecida a la de los increyentes.
Una semana santa de nostalgias olfativas, pienso. Porque la Semana Santa tienen olor propio. Ustedes verán. El Domingo de Ramos se llena desde temprano con un aroma vegetal de ramas cortadas y agitadas que convocan a la alegría, al entusiasmo. El lunes, martes y miércoles santos, en los que los actos religiosos se mezclan con la liturgia íntima y personal de la confesión, el cuerpo y el alma se penetran de ese característico olor de los templos vacíos que es casi indefinible, sobre todo en la semioscuridad de las horas nocturnas en la que se percibe la fragancia rezagada de las flores marchitas, de los cirios recién apagados, y ese tufillo de inquietud que se desprende de las largas filas de penitentes que rumian en su conciencia.
El Jueves Santo huele a incienso quemado, a flores frescas, a humo de velones encendidos, a sudor de los cuerpos apretujados, a los roces de los ires y venires de los visitantes de los monumentos.
El Viernes Santo son curiosos los aromas que invaden el ambiente. Un aire de muerte, de sacrificio, se percibe en la liturgia adusta y sin fragancias de la muerte de Jesús, que se adensa de tragedia con la ceremonia de las siete palabras y, al final, con la procesión del Santo Sepulcro, en la que se resumen, mezclados confusamente, olores de flores gastadas, a perfumes derramados para honrar el cuerpo exánime del Señor, velas encendidas que se prenden y apagan y ese tenue hedor humano de los pasos arrastrados, de los cuerpos arremolinados, de las almas arrebujadas en la oscuridad de las calles y en la también oscura vivencia interior y religiosa de los misterios conmemorados.
¿Y a qué huele el Sábado Santo? A nada. O mejor, huele a ausencia. Es extraño el aroma sin aromas del Sábado Santo. Un día que, casi no nos damos cuenta, está marcado por el desasosiego, por esa misma incertidumbre que debieron sentir los discípulos del Crucificado. Hay que esperar a que huela a resurrección el Domingo de Pascua.
Sí, va a ser ésta una semana santa distinta. Con la fe a secas. Que es tal vez la fe verdadera .