Hace unos meses tuve una inteligente estudiante, de las que hacen el oficio de enseñar un placer y privilegio. Siempre atenta, no solo para tomar notas, a mano, como está comprobado que desarrolla muchas veces mejor comprensión que quienes las toman en portátiles, sino que simultáneamente contrastaba con su experiencia y conocimiento y preguntaba para consolidar algo o refutarlo.
En una discusión sobre el futuro de las organizaciones en el entorno cada vez más incierto, azaroso y cambiante, tanto por el número de factores externos como por la velocidad del fenómeno, dije que nadie tenía el futuro asegurado por las mismas características que hasta hace años creíamos eran garantía de permanencia, entre ellas la antigüedad de la organización. La singular estudiante, ejecutiva de una empresa centenaria de uno de los grupos económicos del país, levantó inmediatamente la cabeza y dijo que pensaba lo contrario y que los calendarios eran un signo de fortaleza que incluso hacían atractiva a la organización. Por cuestión de tiempo solo pude aconsejarle que pusiera eso en duda.
La reacción inicial es creer que si algo ha sobrevivido más tiempo, no debe ser gratuito y en dicho camino se adquieren habilidades y/o condiciones que deberían aumentar las probabilidades de permanencia. Pero esta creencia tiene dos problemas. El primero es asumir que forzosamente edad y experiencia son sinónimos y hasta proporcionales. Lo segundo es que, como cualquier organismo vivo, una organización o empresa se rige en términos generales por leyes de la naturaleza.
Leigh Van Valen, un biólogo evolutivo de aspecto e ideas tan “locas” que nadie se las publicaba, propuso algo que terminó haciéndose cierto también para las organizaciones. La concepción general era que la longevidad es al mismo tiempo “trofeo y pronóstico”, pero sus estudios sobre extinciones de especies demostraban que las antiguas no sobreviven necesariamente más que las nuevas. La competencia es inclemente y sin tregua, y el éxito no es acumulable ni extrapolable. Quienes perduran en el tiempo, además de la soberbia, suelen adquirir dos cosas: ventajas y tamaño, pero las ventajas son cada vez más volátiles e incentivan a los rivales como en una carrera armamentista; y el tamaño tiene un costo en velocidad que en ambientes competidos hacen al lento el almuerzo del veloz. Los rinocerontes negros sobrevivieron durante 8 millones de años antes de casi desaparecer por los cazadores furtivos, y Lehman Brothers prosperó durante 150 años y resistió 33 recesiones, antes que la última la fulminara.
Para Van Valen el “éxito es solo un breve respiro antes de que el próximo competidor haga que las viejas habilidades pierdan su sentido”. Adaptación, velocidad y anticipación, en vez de tamaño y edad, parecen ser mejores antídotos a la desaparición. Cuidado con traer olímpicamente a valor presente flujos de caja futuros soportados en una rancia y soberbia creencia de inmunidad.
Para morirse solo se necesita estar vivo, y estamos en medio de otra extinción económica.