Me fui para donde el padre Nicanor, mi tío. No soportaba seguir sintiendo este profundo hastío (jartera, que decimos) de la realidad que nos está tocando vivir. La pesadumbre que lo embarga a uno por las noches.
-Es que, tío, no parece que cada día amaneciera un nuevo día, sino que se prolongara la pesadilla de una sociedad acorralada, desencantada de todo, hundida en la arena movediza de la desesperanza.
-¿Qué ta pasa, hijo?, ¿por qué tan pesimista?
-No es pesimismo, padre. Es algo peor. Es la sensación de estar perdidos.
-Una sensación de naufragio, ¿cierto? A todos nos pasa.
-Hablan los gobernantes, pero no les creemos, no podemos creerles, porque no estamos seguros de que estén diciendo la verdad, porque su discurso está viciado en la raíz (“in radice”, dicen en latín, ustedes los curas) por intereses recónditos que les hacen perder credibilidad.
-Me parece, muchacho, que eres injusto.
-Pues me perdona, tío, por lo que le concierne, pero es que ni siquiera la Iglesia, cualquier iglesia, a la que quisiéramos aferrarnos como a una tabla de salvación, nos ofrece la respuesta adecuada.
-Lo sé. Uno se siente solo, en medio de un naufragio. Y entonces no se confía en nadie, ni en el vecino o en el transeúnte que te encuentras en el camino. Ni en las instituciones que nos estructuran como pueblo, como nación. ¿Cierto?
-¿Pueblo?, ¿nación? Eso con que se come, tío.
-Te entiendo, hijo, porque yo también he pasado, y muchas veces, por eso. Espero que no te vas a escandalizar porque te lo digo .
-Vea, padre. Usted que oye tantas confesiones sabe de qué le hablo. Viene la tentación de desertar. Huir. Aislarse. No ver. No sentir. Nos convertimos en espectadores “lelos paralelos” de la realidad, como creo que dice por ahí en un verso León de Greif, uno de sus poetas preferidos.
-Debo reconocer que no es fácil estar metido en la noche oscura. Pero hay que afrontarla. Seguir creyendo en la utopía. No con el anacoretismo de las evasiones, sino teniendo el valor de un gesto, así sea mínimo, de compromiso con la realidad circundante. Te lo aseguro: el futuro empieza en el corazón de los sobrevivientes.
-Que eso somos, padre. Y no podemos darnos el lujo de un simple llanto.
-Bien dicho, muchacho. Exorciza, pues, hastíos y pesadumbres. La mejor victoria es no rendirse. Cambiemos la angustia por la esperanza. No es un trueque mendaz, sino un choque de lanzas.
-Gracias, tío, en algo me ha reconfortado.
-Vete en paz, sobrino. Te he visto más maduro. Para algo sirven las crisis