Hace cien años, el país fue atacado por la llamada gripa española. Peste que no solo hizo estragos en un mundo que no llegaba ni a la mitad de los habitantes que hoy tiene, y que cobró más de 50 millones de vidas humanas, sino que dejó sus economías maltrechas, aun no abierta para la competencia global.
En Colombia se sintió con crudeza la gripa. El entonces joven Laureano Gómez –quien luego sería un temido congresista y un presidente derrocado por un golpe militar– narra los estragos que causaba en Colombia en el año 1918, en el gobierno de Marco Fidel Suárez. Presidente a quien la pandemia le arrebató un hijo en los Estados Unidos. Dicen los cronistas de la época que la peste entró por el puerto de Cartagena y de allí se regó por amplios sectores del territorio nacional.
Antioquia puso su cuota de sacrificio y de víctimas en esta calamidad nacional de hace un siglo. Y entre ellas se destaca Leocadio Arango, personaje multifacético de la montaña. Empresario de industrias prósperas, de actividades cívicas, filantrópicas y sociales, “científico inédito” como lo llama su nieto, el escritor Mario Arango Jaramillo, en un bien documentado texto, de buen estilo literario.
Cuenta Mario, viejo amigo y colega, que don Leocadio Arango murió de influenza en 1918. Y al referirse con datos curiosos al año del ataque del virus en Colombia, narra que “la pandemia afectó varias ciudades colombianas, como Boyacá con 2800 muertos en una población de 58 mil parroquianos, seguida por Bogotá con 1500 fallecidos sobre una población de 141 mil habitantes”.
En Medellín también cayó la gripa española, como hoy, cien años después, lo hace el coronavirus. Cálculos de la época hablan de más de 18.000 enfermos, de los cuales fallecieron 56 ciudadanos en una población que no llegaba a las 80.000 almas. Los médicos de Medellín “recomendaron utilizar como desinfectante de la nariz y garganta, una solución de dos gramos de mentol, dos gramos de eucalipto y alcohol para inhalar”. Y el país todo recurrió a la quinina en dosis pequeñas para tratar la enfermedad. La misma quinina que tiempos atrás había sido descubierta por los indígenas del Amazonas para tratar la malaria. También las autoridades de Medellín recomendaron en aquella emergencia, guardar distancias con los infectados y el uso de los tapabocas, los cuales aparecen en llamativa fotografía del libro, portado por enfermeras locales.
Así que lo que ahora vemos en el mundo, en el país y en la región, atacados por el Covid 19 no es nuevo y menos extraño en la ola de pandemias que ha resistido la humanidad desde la antigüedad. Cada vez acentúan su fuerza en el ataque para doblegar la ciencia que reacciona tardíamente para enfrentarlas. Pandemias que seguirán repitiéndose y arrebatando vidas humanas en la medida en que el hombre siga destruyendo la naturaleza, obligando a la especie animal a abandonar su hábitat para contaminar con sus enfermedades los pueblos de la tierra.