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La música buena y la otra

Por Lina María múnera Gutiérrez

muneralina66@gmail.com

Duke Ellington, uno de los más famosos compositores de la historia del jazz, fue, además de pianista y líder de su big band por casi medio siglo, un hombre elocuente que sabía hablar de música. Así lo recuerda fugazmente Murakami en un libro que se titula Música, sólo música, un compendio de las conversaciones que grabó con el director de orquesta Seiji Ozawa. En una de sus páginas, el escritor japonés recuerda que el músico estadounidense comentó en varias oportunidades a lo largo de su extensa carrera que “en el mundo sólo existen dos tipos de música, la buena y la otra”.

Desde hace más de 80 años, la mañana del 1 de enero revive una tradición en la que brota esa música, la buena. Y este año, tercero de la pandemia, congregó a 55 millones de espectadores en casi 100 países que se sentaron frente a sus pantallas para presenciar cómo cobra vida eso que para muchos es inalcanzable: el ritmo. Se trata del concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena que en esta oportunidad fue dirigido por Daniel Barenboim y que a lo largo de su historia ha contado con batutas como la de Herbert von Karajan, Zubin Mehta o Gustavo Dudamel.

Desde sus inicios, el concierto de Año Nuevo se ha centrado principalmente en música de los Strauss (el padre y tres de sus hijos) y estos valses, marchas y polcas siguen tan vigentes como cuando los compusieron en el siglo XIX. Es más, la audiencia que los escucha crece exponencialmente cada año. Es lo que tiene la música cuando consigue tocar la fibra espiritual de quien la escucha. Puede dar un instante de felicidad, un poco de paz interior, una sensación de recogimiento. Justo lo que muchos anhelan para empezar el año. Barenboim, breve con las palabras, pero inmenso en la interpretación de las partituras, dijo que esperaba que el concierto fuera un ejemplo de unidad frente a esta catástrofe humanitaria que estamos viviendo y que sólo se puede combatir a través del entendimiento.

Ciertamente lo consiguió. Las dos horas y media de programa que retransmitieron más de 90 televisiones estatales del mundo fueron un bálsamo para millones de personas. Uno de esos intangibles que se esperan con ilusión, que alimentan el alma y que hacen parte de un ritual de renovación anual que se sumerge en el pasado para interpretar el ritmo de este presente que habitamos. Y así, año tras año, dejando siempre en el público las ganas de que llegue el próximo.

Murakami lo explica de esta forma en su libro: “De la buena música puede decirse lo mismo que del amor: nunca hay suficiente” 

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