Somos incontenibles.
Escupimos en santuarios históricos, rumiamos chicle en mezquitas, exhibimos nuestro impudor en sitios sagrados cuya tradición demanda prudencia (irrespeto cultural disfrazado de audaz rebeldía); coleccionamos chécheres en lugar de memorias; convertimos la pantalla del celular en nuestros ojos, nos negamos el placer del recuerdo vago. Como Atila, por donde pisamos no vuelve a crecer la hierba. Y, como los hunos (supongo), olemos a las especias que probamos en el mapa trazado por nuestros pasos. Somos apestosos para los orientales –lejanos y cercanos– y viceversa.
Hong Kong, Bangkok, Lisboa, Londres, Estambul, Buenos Aires. En partos múltiples y simultáneos, una amorfa placenta humana es expelida por buses, trenes, aviones,...