En Colombia se ha dicho como un consejo, y a veces como una orden, que en la mesa no se habla ni de política ni de fútbol ni de religión. Que esa divina trinidad de la discusión familiar tiene que evitarse, para no enrarecer el ambiente muchas veces hipócrita -y bien nacional- de la risa condescendiente.
Y así se mantiene la forma mientras se esquiva el fondo y, de a poco, se construye una sociedad mayoritariamente timorata, que elude cualquier intercambio de ideas y prefiere ocultar sus opiniones para no incomodar. En fútbol, vaya y venga; en religión, de la mano de cierta imposibilidad para cuestionar los dogmas; y en política, como parte de esa desastrosa tradición nuestra del desinterés por lo colectivo.
La recomendación, más conservadora...