Por Daniel González Monery
Universidad del Atlántico
Lic. en Ciencias Sociales. 8° semestre.
moneri11@hotmail.com
Platón y Aristóteles tenían claro que la esencia de la educación es la política. Los pueblos educan a sus nuevas generaciones para consolidar sus valores y sus instituciones a fin de perdurar en el tiempo. Afirmaban que donde la educación política fracasa, toda la sociedad está en un grave peligro. Colombia prueba que tenían razón. No hay actividad social más desprestigiada que la política, y ser político no evoca el servicio a la comunidad y la búsqueda de altos ideales, sino las peores costumbres y comportamientos de los ciudadanos. La imagen de los políticos se asocia con corrupción, clientelismo, conductas delictuosas y abuso del poder (salarios excesivos, carros blindados, escoltas a granel...), pero casi nunca con la inteligencia, la vocación de servicio o la austeridad.
De vez en cuando, las conversaciones de maestros y padres de familia, terminan en la pregunta sobre si se deben tratar temas de política en el espacio escolar. Los niños y los jóvenes están expuestos de forma permanente a la información que circula en los medios de comunicación y a las conversaciones y discusiones entre los adultos que se preocupan por la situación del país. Muchas de esas informaciones se refieren a acontecimientos políticos.
Hay quienes piensan que estos temas deben estar prohibidos de las aulas de clase, pues se corre el riesgo de someter a los estudiantes a las mismas polarizaciones que siempre han existido y que en los últimos años se han acentuado por cuenta de los fanáticos defensores y opositores del Gobierno. Algunos temen que los maestros se conviertan en adoctrinadores de oficio. Otros más consideran que la discusión de los temas de actualidad política son fundamentales en la formación de los ciudadanos.
En mi modesta opinión, es una responsabilidad fundamental de los colegios promover estas discusiones, pues solo a partir de la realidad es posible entender los grandes problemas de la sociedad y suscitar en niños y jóvenes tanto el interés por el destino común como su responsabilidad de formarse opiniones serias que los impulsen a participar activamente en el desarrollo de su país. Sin embargo, conviene reflexionar sobre la forma adecuada de conducir estas actividades. Es muy importante que, desde la infancia, se cultive el respeto por la ley y la confianza en quienes tienen la responsabilidad de protegerla de los miles de intereses que pretenden manipularla y torcerla para su propio beneficio . n
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