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La recesión democrática

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Por Joaquín Estefanía

Existe la percepción creciente de que la democracia se encuentra en retroceso en la mayor parte del mundo, sea porque hay países que la van debilitando en cuanto al incumplimiento de sus reglas del juego (los guardarraíles de la democracia), o porque hay otros que le hacen perder calidad por las nefastas decisiones de sus políticos, en el Gobierno o en la oposición. El politólogo de la Universidad de Stanford Larry Diamond, experto en estos asuntos, afirma que nos hemos internado “en un periodo de recesión democrática”.

¿Está la democracia en peligro? Esta es una pregunta que creímos que jamás volveríamos a hacer. Y sin embargo, crece la preocupación por los niveles de polarización sin precedentes que se utilizan en el mundo de la política, y que se desparraman al conjunto de las sociedades. ¿Se está ante el declive y desmoronamiento de la idea de la democracia tal como la hemos conocido? Los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su ya clásico Cómo mueren las democracias (Ariel) recuerdan que antes solíamos creer que las democracias fallecen a causa de la actuación de hombres armados, pero que también pueden morir a manos de políticos elegidos, que la subvierten.

Se fragiliza el concepto de tolerancia mutua, que alude a la idea de que siempre que nuestros adversarios acaten las reglas constitucionales, aceptamos que tienen el mismo derecho a existir, competir por el poder y gobernar que nosotros; se puede estar en desacuerdo con ellos, e incluso sentir un profundo desprecio por ellos, pero se los acepta como contrincantes legítimos.

El contexto de brutal crisis no ayuda a revolver estos problemas sino que los multiplica. Desde hace una docena de años, con distintos picos de sierra, el capitalismo está viviendo dos crisis mayores: la Gran Recesión y la relacionada con la pandemia del coronavirus. En cada una de las cumbres de esas crisis ha habido una cara de las dificultades que ha sido la dominante, pero sin que se resolviesen los demás problemas; antes, crisis hipotecaria, financiera, de materias primas, de la economía real (paro), de estancamiento secular... Ahora, crisis sanitaria, económica, social... Todas conducen a una crisis política. Son trances recurrentes, acumulativos, no sucesivos.

Además, el capitalismo vive una nueva etapa; ya no es el capitalismo industrial, financiero o corporativo de antaño (aunque contiene muchas de las características de cada uno de ellos); ahora se trata de lo que se denomina “capitalismo de vigilancia”. En los días aciagos de la Segunda Guerra Mundial se pidió al escritor E. B. White una definición sencilla de democracia: “Es el ‘no’ en ‘no empujar’ (...) es la sospecha recurrente de que más de la mitad de la población tiene razón más de la mitad del tiempo. Es la sensación de privacidad”.

La anulación de esa sensación de privacidad es la principal baza de ese capitalismo de vigilancia. La profesora de Harvard, Shoshana Zuboff, que es la que ha puesto en circulación el concepto de “capitalismo de vigilancia” (en otoño aparecerá su libro en castellano), muestra que en este nuevo capitalismo, donde las experiencias de las personas (los datos) son reclamadas de modo unilateral por empresas privadas y convertidas en plusvalías, socava la democracia desde arriba y desde abajo: desde arriba, porque opera a través de asimetrías de conocimiento y poder sin precedentes, aumentando la desigualdad social en vez de reducirla; desde abajo, porque sus imperativos apuntan a la autonomía humana, la soberanía individual y la voluntad, capacidades sin las cuales la democracia es inimaginable. Zuboff remata su reflexión de forma terminante: el capitalismo de vigilancia intensifica los medios para modificar comportamientos y desmantela, por tanto, el sueño digital original “que imaginó Internet como una fuerza liberadora y democratizadora”. Más a más.

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