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El auge de las redes sociales y la volatilidad de información que está en ellas abrió una brecha enorme y nos embebió en lo que puede llamarse la sociedad, ya no del espectáculo, sino de la distorsión.
Por Juan Camilo Quintero - @JuanCQuinteroM
Tal vez uno de los principales desafíos que enfrenta la democracia, sin lugar a duda, es la propagación de desinformación en las redes sociales. Las plataformas digitales se han convertido en canales para la difusión masiva de noticias falsas y de teorías de conspiración. Siempre intuimos que la llegada de internet supondría esto: propagación de información de todo tipo multiplicada al infinito y muchas veces sin veracidad, lo cual implicaba unos retos que si bien no estaban ponderados del todo al menos sí eran previsibles. Lo que vino después, tal vez si no estaba en las previsiones de nadie. El auge de las redes sociales y la volatilidad de información que está en ellas abrió una brecha enorme y nos embebió en lo que puede llamarse la sociedad, ya no del espectáculo, sino de la distorsión.
Así, lo decía Juan Esteban Costaín, “la verdad no puede entenderse en un twitter de 140 caracteres”, en el panel sobre Democracia, en el Encuentro Empresarial Colombiano la semana pasada.
Las redes sociales y la digitalización han llevado a una mayor polarización de la sociedad. Y si le sumamos ahora la inteligencia artificial que desarrolla algoritmos para que las plataformas que vemos a diario tiendan a mostrar contenido similar al que ya consumimos, parece que estamos frente al caos y la paranoia. Solo un ejemplo. Es tal el nivel de desinformación y manipulación para poder orientar ciertas decisiones que, en las últimas semanas, vimos dos encuestas de una misma firma con porcentajes diferentes de intención de voto a la Gobernación de Antioquia y en un mismo día.
Se volvió normal decir que tal político se destaca por tener bodegas, quienes sin vergüenza son capaces de repetir una mentira y ponerla en las redes para que un robot la valide por miles de bots dando la sensación de aceptación o al menos de duda en el ecosistema digital.
Luchar contra estos temas implica calma y discernimiento. También madurez para no dejarse llevar por la impulsividad de los likes y mucha sindéresis a la hora de emitir comentarios.
Urgen líderes cuidadosos con la palabra hablada y escrita, ya que un par de ellas puede cambiar el rumbo de miles de personas para bien o para mal. Hoy, más que nunca, rogamos por la prudencia de los actuales y próximos gobernantes, seguramente en ellos debe estar esta virtud como una de sus principales responsabilidades para así poder desescalar la polarización que nos tiene al borde del abismo.
Ojalá, seamos capaces de utilizar bien estas herramientas digitales para construir democracias más fuertes, gobernabilidad bajo la rendición de cuentas y transparencia para generar confianza.
Si nuestros líderes e influencers actúan en la dirección correcta, seguramente tendremos mejores escenarios para construir una sociedad, no de la distorsión si no de la verdad.