Quien quiera saber qué es la solidaridad lea con atención el Evangelio, pues la vida de Jesús es el tratado de solidaridad por excelencia, sintetizado en esta confidencia del mismo Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Juan 3,16-17).
El evangelio ofrece al hombre del siglo XXI la orientación de lo que debe hacer en este momento de pandemia universal. A medida que crece el número de habitantes del planeta y que el cosmos es cada vez más atropellado por la codicia humana, la solidaridad aparece como la respuesta acertada al desafío de muerte del enemigo mortal, el covid 19.
Para el evangelista Mateo (25,31s), dar de comer al hambriento, de beber al sediento, acoger al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al encarcelado, tiene doble significado, pues Jesús está presente de modo invisible en el que hace la obra de misericordia y en el que la recibe. Y quien actúa así, es acogido con esta bienvenida: “Vengan, benditos de mi Padre a heredar el Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”.
Hacer de esta pandemia universal la oportunidad para aprender de memoria las obras de misericordia corporales y espirituales con el fin de ponerlas en práctica, es realizar un cambio de mejoramiento radical del comportamiento humano en el mundo, acreditando así la finalidad con que el hombre ha sido creado.
Si miro bien, la solidaridad, que es adhesión a una causa o empresa, tiene un largo camino por recorrer, comenzando en mí conmigo, pues ni siquiera se me ocurre pensar que debo ser solidario conmigo mismo cultivando solo sentimientos de amor, como paz, confianza, alegría, acogida, fortaleza, generosidad, y así irradiar de modo espontáneo a los demás estos mismos sentimientos.
En este momento fantasmal de la pandemia, el salmo octavo merece la máxima atención. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies”.
El señorío que el Creador confió al hombre sobre todo lo creado es de amor, pues Dios nos ha creado por amor y por amor nos conserva en la existencia, para que cada uno ponga amor en todo lo que es y hace.
Del amor nace la solidaridad, la verdadera vacuna contra el enemigo invisible que nos asedia.