(Serie La tierra jamás prometida, columna tres de tres).
Shalom.
“Más de cien mil misiles apuntan en este instante hacia el lugar donde nos encontramos”, era el mantra matutino en Tel Aviv, en Jerusalén, en los Altos del Golán.
En Tierra Santa, la emoción tiene dos manifestaciones: contenerse y guardar las lágrimas para cuando sea absolutamente necesario; o llorar sin recato.
La razón intenta dominar, sienta su posición: acude a los periódicos, la Historia, la voz de la gente. Pero ni así logra controlar la conmoción.
¿Será el Santo sepulcro? ¿El Gólgota? ¿Las aguas del finísimo río Jordán? ¿El Templo de la Natividad? ¿El Muro de las lamentaciones?
La susceptibilidad se desborda ante los retratos y escenas dibujadas en carboncillo por Esther Lurie...