Por david e. santos gómez
La recomposición de la unidad latinoamericana, maltrecha en la última década al mismo tiempo por gobiernos de derecha desinteresados y la deriva de las izquierdas más radicales, parece hoy un proceso poco menos que imposible. La idea de un subcontinente unido, del Río Grande para abajo, se convirtió en la punta de lanza del giro a la izquierda que vivió el hemisferio al despuntar el siglo XXI y sus desaciertos terminaron por afectar el propósito. Parecía —y aún parece— que la unidad se daría desde los postulados antiestadounidenses o no se daría. Y, así, cuando el tablero de la región vio el movimiento de fichas hacia la derecha y los nacionalismos, el proyecto pasó a un segundo plano.
La unidad regional resulta más fácil cuando los objetivos internos están encaminados. Cuando el dinero permite suplir las urgencias nacionales y pensar más allá de las fronteras. Lo hicieron la Venezuela de Chávez en su apogeo petrolero, apoyados por el Brasil de Lula y el sur de Bachelet, Kirchner y Mujica. Con un espectro amplio en todo el pensamiento progresista, la Patria Grande fue, para entonces, una prioridad. Pero cuando llegó la crisis, y los bolsillos se apretaron —o desaparecieron directamente, en el caso de Caracas—, las esperanzas unificadoras tuvieron que esperar. Con la OEA siempre como organismo que superar —por sus alianzas y sus obediencias a Washington—, multilateralismos como el Alba, la Celac o la Unasur hicieron su presentación en público con euforia, pero fueron perdiendo fuerza con el transcurrir de los años.
Hoy es el México de Andrés Manuel López Obrador el que propone un nuevo empujón. Dice AMLO que es necesario un nuevo organismo que no sea “lacayo de nadie”. Y estiró las manos para ver si alguien le daba un apretón. Pero por ahora la respuesta es tímida. Que su gobierno pretenda la unificación latinoamericana sin antes nombrar la grave situación de Nicolás Maduro o de Daniel Ortega, parece un problema insalvable para países como Colombia, Brasil, Uruguay o Chile. Y si el objetivo es construir la unidad desde la visión de un solo plano ideológico, la empresa es absurda. La contradicción es demasiado profunda como para consolidar un proyecto colectivo y duradero. La unión, entonces, tendrá que esperar una vez más, aunque seguramente volverá el discurso que la usa cada tanto como un caballo de batalla ideológico, pero sin rumbo