Por Joe Quinnredaccion@elcolombiano.com.co
Me ha tomado un tiempo darme cuenta de algo.
Hace 17 años, vi una foto de Mohammed Atta por primera vez, y la sangre me hirvió con el sonido de su voz emanando de la televisión, mientras dijo por el intercom del avión: “Tenemos a algunos aviones, quédese callado y estará bien. Estamos regresando al aeropuerto”. En cambio, lo estrelló entre los pisos 93 y 99 de la torre norte del World Trade Center.
Mi hermano de 23 años, James, estaba en el piso 102.
Mirando una foto de Atta, me imaginaba los momentos finales de mi hermano.
Imaginaba a mi hermano asmático sucumbiendo lentamente a la inhalación de humo en el tapete corporativo gris de su oficina en Cantor Fitzgerald, atrapado, trepando hacia arriba y con...