Es tiempo de reprogramar los sueños. Por ellos nos movemos, sin ellos vamos al estancamiento. No hay envenenador más miserable que el que infiltra los sueños.
El país padece de turbiedad en sus sueños. Alguien habla y los demás ladran. Alguien ladra y todos tiemblan. Un pastor mentiroso esparce el pavor acerando los colmillos del lobo.
Quien trastorna los sueños del pueblo hace peor delito que quien echa mercurio al agua. Porque los sueños son el agua del alma y si se muere el alma somos zombis.
Así que hay que revitalizar los sueños. Dejarlos alzar vuelo, protegerlos como a un pájaro de alas inexpertas. Tantos años, décadas, en que ni siquiera eran imaginables los sueños, estaban prohibidos por la realidad. Cogían presos a los atrevidos, los echaban...