Ante un país profundamente polarizado, un México que cada vez pierde más la capacidad de distinguir las pasiones de los hechos, López Obrador se dirigió a la nación.
Su mensaje fue estratégico, una fusión apacible de tres temas: los avances de su sexenio, los retrocesos disfrazados de avances y sus muchas buenas intenciones. Como en toda buena propaganda, López Obrador mezcló verdades con sospechas y abiertas mentiras.
Cada quien leyó el mensaje desde una trinchera ideológica distinta. Sus acérrimos críticos se perdieron la oportunidad de ver un México que ha cambiado relevantemente para los trabajadores, contribuyentes y consumidores. Sus acérrimos defensores se perdieron aún más. No pudieron observar al presidente disminuido que subió a tribuna confundiendo sus sueños con las realidades.
Nadie puede escatimar que López Obrador ha tenido éxitos relevantes, como la mejora de las condiciones de los trabajadores, el aumento del número de empresas que pagan impuestos, el mejoramiento urbano, el etiquetado en la reformulación de alimentos procesados y la subida de las pensiones.
Un López Obrador ecuánime y juicioso bien pudo haberse quedado ahí. Ahondar en las cosas que se han hecho bien, decir lo que va a hacer mejor.
Pero no, decidió mentir. Mencionó una cantidad enorme de retrocesos disfrazados de avances como parte de su mensaje. Destacó la construcción del nuevo aeropuerto, que en realidad va a ser un elefante blanco. Celebró que la inversión privada no llegue a México en la industria energética, algo a todas luces equivocado, y promovió una reforma que califica de histórica, pero que, de aprobarse, aumentará el costo de los energéticos y limitará la producción de energía limpia. El tema educativo es preocupante, porque promete dinero para las escuelas, cuando no lo hay, y celebra la construcción de ciento cuarenta universidades, que, en realidad, son centros de estudio precarios.
Mezcló realidad con sueños y dijo que México era un país de legalidad, una democracia consumada, una nación con transparencia plena y derecho a la información. Habló de un México maravilloso, que no existe, donde ya no se violan los derechos humanos y en el que él ha cumplido casi a cabalidad su misión.
Nuestro presidente vive en un país donde el 44 % de las personas es pobre, el 38 % de los trabajadores no puede alimentar a su familia y hubo quinientas mil muertes durante los primeros meses de la pandemia. Con desempacho y desenfado nos dice “misión cumplida”.
Cuando tomó posesión como presidente, soñamos con un México mejor. Pero la realidad nos tiene lejos de ese sueño. No así a López Obrador. El presidente ha decidido dormir el dulce sueño de la ignorancia autoinducida