Me alegra pensar que la agenda de equidad de género no tiene vuelta atrás en muchos ámbitos de la sociedad. Falta, claro, ya lo hemos dicho. Sin embargo, la pregunta ya está en la mesa, y las acciones necesarias empiezan a dar algunos frutos; por ejemplo, en el ámbito empresarial, en las ciudades. Pero ¿qué pasa en nuestras zonas rurales? ¿Podrán sentir alivio las mujeres rurales porque en el campo avanza la equidad de género?
Tuvimos la oportunidad de conversar con Juan Daniel Oviedo, director del Dane, en el programa de Mujeres Líderes de Comfama y Proantioquia. Nos compartió algunas cifras que deben despertar nuestra preocupación. Según el Dane, de nuestra población nacional un 51 % son mujeres. En las zonas rurales el 48 % de la población son mujeres. Esto no es menor. Las mujeres de nuestro campo son minoría y por ello Oviedo planteó una invaluable e ineludible invitación: “la voz de las mujeres urbanas debe estar al servicio de levantar la voz de las mujeres rurales”.
¿Cómo? Algunas pistas se encuentran en estudios como el de Leigh Anderson y compañía, quienes han planteado que las mujeres que cuentan con empoderamiento en el campo y la agricultura pueden superar sus niveles de pobreza. El índice de empoderamiento de las mujeres en la agricultura (weai), creado por el programa Alimentar el Futuro (Feed The Future) del gobierno de los Estados Unidos y aliados, promueve para ello cinco dimensiones: que las mujeres puedan acceder a la tenencia de la tierra, que tengan libertad para tomar sus propias decisiones o participar de las decisiones asociadas a la producción, que tengan control sobre sus ingresos o capacidad de decidir sobre ellos, que puedan ser líderes y tomar parte de las decisiones y grupos sociales en sus comunidades y que tengan libertad en el uso de su tiempo para encontrar un balance entre las labores productivas del hogar y de ocio.
Siendo así, nuestras mujeres rurales requieren de toda nuestra voz. Según el Dane, el 20,7 % de los hombres ocupados en el país se dedican a actividades de agricultura, ganadería, caza, silvicultura y pesca, mientras que solo el 5,5 % de las mujeres ocupadas se dedican a ellas. Es decir, en las labores productivas del agro, las mujeres son una minoría. Además, la misma fuente nos muestra que solo en el 28,2 % de las unidades productivas agrícolas son las mujeres quienes deciden, mientras que en el 69,8 % las decisiones las toman los hombres solos. Para el resto, la decisión es un asunto compartido.
Estamos lejos. Pero me da esperanza cuando pienso en la cantidad de hombres y mujeres maravillosas que trabajan por el desarrollo del campo de nuestro país, de sus hombres y de sus mujeres. Con ellas comparto una pregunta por el desarrollo integral y la equidad y, sobre todo, a ellas les extiendo la invitación de Oviedo, para que pongamos nuestras voces al servicio de las demás