Hace falta una frase desafortunada para que el gobierno tiemble. Para que el Congreso pida explicaciones y los medios repitan la torpeza hasta el cansancio y la oposición insista en las debilidades de lo que se dijo; porque a estas alturas, y aunque parezca increíble, algunos funcionarios de la actual presidencia parecen desconocer la necesidad de sopesar el alcance de sus comentarios.
Algo va de la impericia como desliz mental a la sinceridad aberrante que luego pretende ser vendida como malinterpretación. El clásico lapsus linguae que deja salir las intenciones del subconsciente. Y ahí no valen las pataletas típicas del funcionario acorralado que insiste en aclarar que fue sacado de contexto cuando para el resto es evidente que dijo lo que...