En 2013, recordando el centenario del nacimiento de Lucas Caballero Calderón ―Klim―, la revista Semana lo llamaba el caballero de la sátira y decía de él que había sido el columnista más popular y leído de nuestro país en el siglo XX y uno de los referentes del periodismo en Colombia.
También decía que se hizo famoso porque, atrincherado en la elegancia del humor bogotano, decía lo que nadie se atrevía a decir: “Criticaba a los presidentes por su autoritarismo, sus viajes llenos de derroches o sus lujos innecesarios. También desenmascaraba a los funcionarios corruptos y, sobre todo, las situaciones absurdas que afectaban al ciudadano del común por la ineficiencia del Estado”.
Desde 1941, Klim fue columnista de El Tiempo hasta que renunció 33 años después porque las directivas del periódico le pidieron moderar sus críticas al gobierno del presidente de la época, Alfonso López Michelsen. Este fue acusado por Berta Hernández de Ospina ―columnista de La República― de aprovechar el taponamiento de la carretera Bogotá–Villavicencio para ordenar la construcción de una vía alterna a los Llanos Orientales que beneficiaba a sus hijos con la valorización de las tierras de una hacienda.
Pienso en Klim y en su renuncia por lo ocurrido con Daniel Coronell, el columnista de Semana acallado por cuestionar a la revista por no publicar una investigación sobre un hecho infame: el regreso de las ejecuciones extrajudiciales. La información la poseía Semana desde febrero, gracias a una investigación realizada por uno de sus reporteros.
Alegando dificultades en la confirmación de la noticia por el gobierno, la revista guardó silencio sobre una directriz del comandante del Ejército que ordenaba a sus hombres duplicar el número de bajas del enemigo sin preocuparse mucho por la “perfección de los operativos”.
En cambio, el 18 de mayo, The New York Times, publicó la información sin dilaciones, basado en documentos entregados por varios altos oficiales del Ejército ―inconformes con la medida― y luego la ratificó en su sección editorial. Los periodistas que adelantaron la investigación se vieron obligados a abandonar el país ante la ola de amenazas provocada por parlamentarios del Centro Democrático. El gobierno, por su parte, después de desmentir a medias la noticia, se vio obligado a suspender la siniestra directriz del comandante del Ejército.
Felipe López, fundador de la revista Semana, fue más allá y le comunicó a Daniel Coronell su decisión de suspender su columna. Como dice “La silla vacía”, Semana apagó el incendio con gasolina.
En la que fue su última columna en Semana, Daniel Coronell ―como Klim, un caballero del periodismo que ha dicho lo que nadie se atreve a decir― hizo tres preguntas a la revista: ¿Por qué Semana no publicó las directrices del comandante del Ejército de Colombia que ordena a sus subalternos duplicar las bajas y capturas, si esas evidencias eran conocidas por la revista desde febrero? ¿Por qué Colombia y el mundo solo supieron por The New York Times que las órdenes incluían la instrucción de “no exigir perfección” en el momento de efectuar operaciones militares? ¿Por qué Semana no pudo concluir en tres meses la verificación de autenticidad de los documentos que pudo hacer el periódico estadounidense en unos días?”.
Me uno a la indignación que ha provocado la desaparición de la columna de Daniel Coronell. Creo que los lectores de la revista merecen una respuesta sobre estos asuntos. También me uno al repudio que ha causado la directriz que ordenaba a los soldados duplicar el número de bajas del enemigo. Creo que para ellos ―y para nosotros, los periodistas― no existen intereses superiores a la defensa de la vida de sus compatriotas, sea cual sea su orientación política. Y sigo esperando las respuestas de Semana a las preguntas de Daniel Coronell.