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Javier Mejía Cubillos
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Javier Mejía Cubillos

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Las verdaderas fuerzas detrás de la prosperidad económica

Por Javier Mejía Cubillos mejiaj@stanford.edu

En los últimos 200 años, el mundo ha visto la llegada y partida de infinidad de reyes, emperadores, presidentes, y primeros ministros. Cada uno de ellos ha tenido talentos e ideologías distintas. Estos han dado millones de discursos, han iniciado y terminado decenas de guerras y han enfrentado infinidad de buenas y malas fortunas. De cierto modo, el destino de nuestras sociedades ha sido el reflejo de la identidad y decisiones de estos personajes. Por ejemplo, Europa oriental habría sido un lugar muy diferente durante el siglo XX si Lenin hubiese muerto a los seis años, tal como lo habría sido el este de Asia durante ese mismo siglo si el emperador Hirohito hubiese tenido otro tipo de política exterior.

Sin embargo, si uno se sienta a pensar en el éxito económico de las naciones del mundo, el rol de estos líderes políticos parecería más bien irrelevante. La persistencia en el crecimiento económico de largo plazo así lo indica. Para ser más claros, en el mundo existen, básicamente, dos tipos de países: los ricos y los pobres. La inmensa mayoría de países han sido del mismo tipo por 200 años. Es decir, los ricos de hoy son los ricos de ayer, al igual que los pobres de hoy son los pobres de entonces. Esto, sin importar los líderes que han gobernado (véase la figura).

Lo anterior sugiere que detrás del desempeño económico de largo plazo de una sociedad existen unas fuerzas profundas que van más allá de la coyuntura política. Esto es, precisamente, lo que propone uno de los libros más esperados del año, El viaje de la humanidad de Oded Galor. Allí, con una magistral exposición de evidencia empírica y riqueza teórica, Galor describe la historia humana como la evolución de un sistema complejo, cuyo sendero está determinado por las instituciones, la cultura, la geografía y la diversidad poblacional.

Por ejemplo, Galor sugiere que la riqueza actual de los países puede explicarse, en buena medida, por los patrones migratorios ancestrales que han hecho a las sociedades más o menos diversas. Más concretamente, él sugiere que los países con niveles intermedios de diversidad tienen economías más dinámicas. La lógica de esto es que sociedades muy poco diversas tienen ambientes menos propicios para el surgimiento de nuevas ideas y la generación de innovación, mientras que sociedades extremadamente diversas son propensas al conflicto. En conjunto, esto hace que lugares con diversidad media ofrezcan mejores oportunidades para la generación de riqueza.

Para muchos, estas ideas pueden interpretarse como la descripción de una condena histórica, una en la que las sociedades están captivas por eventos del pasado. No obstante, Galor piensa que esta es una interpretación incorrecta de sus ideas. Recientemente, él y yo conversamos en un podcast al respecto y su respuesta a esta crítica enfatizaba la importancia de entender que nuestras sociedades han evolucionado en contextos específicos por milenios. Reconocer estos contextos son el primer paso para cualquier esfuerzo por transformar la realidad actual. En ese sentido, las ideas de Galor no son más que una invitación a diseñar políticas que reconozcan las fuerzas que sostienen el equilibrio social.

Quizá una analogía intuitiva de esto es pensar en el desempeño de un equipo deportivo profesional. Este depende de la composición del equipo de jugadores; p. ej.: su nivel deportivo, la complementariedad de sus talentos, la armonía de sus interacciones. A esto se suma toda la infraestructura que los administrativos ofrecen; p. ej.: las instalaciones donde entrena el equipo, los médicos que supervisan a los jugadores. Solo una pequeña fracción del desempeño del equipo depende del director técnico, y lo mejor que este puede hacer es reconocer las limitaciones que el resto de fuerzas estructurales implican, tratando de explotar el potencial que subyace en ellas.

Esta es una perspectiva de la que la opinión pública latinoamericana tiene mucho que aprender. En la región, quizá por nuestra tradición católica, vivimos con la permanente esperanza de la llegada de un mesías que resuelva todos nuestros problemas, transformando en pocos años a nuestras sociedades caóticas en prósperos y pacíficos países escandinavos. Esta búsqueda incesante por caudillos no ha hecho más que desviar la atención de los retos estructurales que debemos resolver todos como sociedad. Nuestras cargas históricas no las resolverá un presidente en cuatro o seis años. La región necesita transformaciones profundas, estas requerirán décadas y el compromiso de todos 

PIB per cÁpita 1820 a 2018

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