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Ernesto Ochoa Moreno
Columnista

Ernesto Ochoa Moreno

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Lectura para un aislamiento

Por Ernesto Ochoa Moreno

ochoaernesto18@gmail.com

Me lo dijo el padre Nicanor, mi tío: “Alguna vez aléjate de la actualidad, como te lo exige el periodismo, y darás en el clavo. Busca un tema inactual y verás que, en el fondo, es más actual que lo que ocurrió ayer, que lo que hoy está sucediendo. Existe la actualidad de lo inactual. El lector, a menudo, quiere que lo liberes de la esclavitud de la noticia para respirar un aire más puro o, por lo menos, distinto. Resulta higiénico.

Por eso, sin ninguna justificación de actualidad, evoco hoy a una escritora mística del siglo XVI, Santa Teresa de Jesús (1515-1582), a quien recomiendo leer en medio de este aislamiento. Es ella una personalidad riquísima, (¿actualísima por inactual?) y un testimonio vivo de la búsqueda de Dios en la que el hombre se debate, que es tema siempre actual.

Leer a Santa Teresa no es un acto de decadente y sensiblera devoción. Su lenguaje es recio, simple, directo. Escribe como habla. Conversa con el lector con la rapidez, el desaliño, la espontaneidad y el gracejo de la charla. De una charla de mujer madura que cuenta lo que le ha pasado, sin sistematizaciones, sin prejuicios. Solo la experiencia.

¿Cuál experiencia? La de un viaje hacia la interioridad. En busca de un Dios con el que se puede conversar, que se deja “tratar”. Este verbo, tratar, tiene muy especial significación en el español del siglo XVI: es “relacionarse amorosamente con otra persona, tener trato de amor o amistad”. Por eso la definición que ella da de la oración derrumba las concepciones teologizantes de la época, que subsisten hoy, para plantear el encuentro con Dios en un plano de intimidad contemplativa: “No es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.

Teresa propone adentrarse por el sendero de la propia interioridad en una conquista amorosa. En su librao “Castillo interior” o “Las Moradas” nos narra esa aventura. Es encantador el juego de imágenes, alegorías y comparaciones que esta escritora toma de la vida real, para contar su viaje por las siete alcobas (moradas) del Castillo, superando obstáculos y dificultades, venciendo fantasmas y endriagos (como las heroínas de los libros de caballerías que la embelesaban de muchacha), hasta llegar al aposento último, el de la vivencia mística, en donde la espera el Señor del castillo, el amado, el amador, el amante, Dios.

Vale la pena leer a Teresa de Ávila. Tal vez tengamos la grata sorpresa de encontrarnos al final con el Señor del castillo. Después de todo, Dios, tan actual y tan inactual al mismo tiempo, siempre ha sido sorpresivo. Más que sorprendente

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