Pico y Placa Medellín
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com
«¡Qué vida tan triste! Tanta plata y no tener quien lo llore». Era lo que decían al enterarse de que uno de los hombres más ricos del país había muerto y sus millones quedaban en una fiducia que los destinaría a múltiples fundaciones. El hombre nunca tuvo hijos y su única esposa había fallecido cuando aún eran jóvenes.
En alguna emisora transmitieron nuevamente, la que aseguraban, había sido su última entrevista.
—¿Cuál recuerda como el momento en el que sintió la mayor felicidad en su vida? — le preguntaron.
—He pasado por cuatro etapas de felicidad en la vida para comprender el significado de la verdadera.
La primera etapa fue acumular riqueza y recursos. Me sentía feliz por mi destreza para lograrlo.
Luego, en la segunda, acumulé artículos y objetos valiosos. Pero sentí que su efecto en mí era temporal. Como el brillo de esas cosas valiosas, no duraba mucho y era cubierto por el polvo del tiempo.
Luego llegó la tercera. Adquirí un proyecto importante para suministrar el 95% de plantas eléctricas y el diésel para cientos de municipios que vivían a oscuras. Un gran negocio. También me convertí en propietario de la planta de extracción de carbón más grande del país. Era satisfactorio, pero incluso con eso, no podía encender o extraer de mí la felicidad que imaginaba.
Llegué a la cuarta etapa sin planearla, sin cálculos. Fue cuando uno de mis asesores me sugirió que comprara sillas de ruedas para niños discapacitados. Eran alrededor de 500. Accedí sin pensarlo mucho y di la orden de compra, pero mi asesor insistió en que fuera y las entregara yo mismo. Acordamos el día en la agenda y fui con él.
Las entregué con mis propias manos y sentí una energía extraña, muy especial. Venía de la cara de ellos. De sus sonrisas, de sus ojos. Me invadió cuando los vi a todos sentados en las sillas, moviéndose y jugando. Vivían ese momento como si hubieran llegado a Disney. Sentí lo más extraño de mi vida. Algo que me atravesaba el pecho y por primera vez me daba la convicción de haber hecho algo grandioso.
Cuando tuve que irme, uno de los niños, que se había bajado de su silla nueva, se agarró de mi pierna. Puse mi mano en su cabeza suavemente para preguntarle si podía ayudarlo para subirse nuevamente, pero el pequeño me miró a la cara y se aferró con más fuerza, sin decirme nada.
El lugar era prácticamente una fiesta de gritos y risas. Tuve que inclinarme para preguntarle si necesitaba algo más. Su respuesta me cambió la vida. Fue la verdadera felicidad...
“Quiero recordar tu cara para que, cuando te encuentre en el cielo, allí pueda reconocerte y agradecerte una vez más.”
Poco tiempo después, el hombre falleció.
Siempre llega un momento en que entiendes que tus vacíos no se llenan con cosas. Incluso con personas. No es cuestión de tener mucho o poco, sino de descubrir qué hace que todo tenga sentido. Comprender que lo que realmente te impulsa, es aquello que verdaderamente te conecta con la vida.