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El perro

hace 3 horas
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

Lo que el perrito hizo fue excepcional. Doña Lucy, la dueña del minimarket, jamás se había conmovido tanto por un animalito. Ninguno le había enseñado tanto.

Él llegó solito hasta la tienda. Su pelo brillaba impecable. De su pechera colgaban dos alforjas, una a cada lado, sujetas al lomo. Justas para su tamaño. Entró al local con seguridad. Se sentó frente a Doña Lucy y con un ladrido llamó su atención. Batiendo el rabo empezó su peregrinar entre los pocos anaqueles. La señora, que entendió que lo siguiera, pensaba en susurros que los perros de hoy en día sí que son inteligentes.

Sentándose y levantando la pata, le hacía entender a ella cuál era el producto que necesitaba. Así lo hizo 4 o 5 veces. Doña Lucy tomaba lo elegido y lo acomodaba en las alforjas. En el cuello, el animalito cargaba uno de esos huesitos de plástico para portar bolsas, pero en lugar de ellas, llevaba el dinero. Levantó el hocico, mostró los billetes para el pago, esperó que el vuelto fuera puesto y se marchó con dos ladridos de agradecimiento. –Yo esto no me lo pierdo– dijo ella, que era la más informada de la zona y no tenía ni idea quien era el dueño de ese cliente peludito. Le advirtió a la ayudante que ya volvía y lo siguió.

El perro caminó tranquilo, con seguridad. Esperó el semáforo, cruzó cuando debía, usó el puente peatonal sobre la autopista. Siempre por la derecha, no se atravesó en la cicloruta. Nadie se percataba de su autonomía. Su dueño podría ser cualquiera a un par de pasos detrás de su andar.

Al llegar, rasgó la puerta. Ladró. Más fuerte, más veces que en la tienda. Nadie abrió. Se paró apoyando las dos patas delanteras en la puerta y con desespero la rasguñaba. El dueño abrió con fuerza la puerta. El sueño brillaba en sus ojos. Gritó y empujó al perro por el escándalo.

— Usted si es torpe —dijo mientras Doña Gladys se tapaba la boca con la mano presenciando la escena unos metros atrás y el perro entraba con el rabito entre las piernas — ¡Ni siquiera se llevó la llave!—

A veces no basta con saber hacer las cosas. Ni con hacerlas bien. Ni con dar más. Si quien te acompaña no te valora, todo lo que hagas se vuelve invisible. Incluso molesto. Incluso irrelevante.

Cuando habitas un hogar emocional equivocado, cualquier pequeña acción que parezca un error se recibirá con desprecio. Tu problema nunca será tu forma de amar, sino la incapacidad del otro de reconocerlo. Es incomprensible, pero también pasa que quien más necesita tu compañía, es quien más la desestima.

Pasa en familias, parejas, amistades, grupos de trabajo... y el peligro es que te acostumbres. Que de tanto ser ignorado termines creyendo que no vales. Que aceptes vivir esperando un gesto de agradecimiento que no llegará. Que dejes de aspirar a un lugar donde sí se note todo lo que haces, donde te esperen siempre con las puertas abiertas y el corazón dispuesto. A donde se pueda entrar sin el rabo entre las piernas.

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