Sin pretenderlo, me vi leyendo de manera simultánea dos libros que retratan muy bien lo que ha sido el conflicto en Colombia: “Río muerto”, de Ricardo Silva Romero, y “La niebla no pudo ocultarlo”, de Albeiro Echavarría. Dos historias dolorosas con algo de esperanza, como si en medio de todo, así los colombianos suframos lo que sufrimos, una voz nos dijera: “sabes qué, solo tenemos esta vida para creer en la bondad”. Digamos que toca seguir intentándolo hasta que algo pase, hasta que futuras generaciones olviden el odio, la venganza, la mala costumbre de pensar que la vida del otro no merece respeto.
“Río muerto” es la historia de un fantasma, un fantasma que puede ser Salomón, el mudo que asesinaron por ser bueno, por quererle ayudar a todo el mundo sin saber si eran de un bando u otro, el mudo que, al menos, hubiera querido despedirse de su familia, pedir perdón por cualquier agobio. Pero también es la historia de un pueblo fantasma, porque con la violencia absurda que nos ha cobijado por años, hay territorios que también espantan, quedan en vilo, desplazan, mientras tratan de encontrar un lugar digno en el mapa. “Ser el espanto de un hombre asesinado en la puerta de su casa es descubrir que irse al infierno es permanecer en la Tierra”, dice el narrador tal cual se lo contaron.
“La niebla no pudo ocultarlo” es la historia de un secreto, un secreto que se guarda para proteger la vida de un ser querido para que no termine involucrado en un asesinato. Son tiempos donde los cuerpos se aniquilan por cualquier bobada, por diferencias, por sospechas, y el miedo hace que niños como Leopoldo y su amigo Nelson tomen decisiones que los acompañarán hasta que el rencor se despeje y llegue el día necesario de la verdad, porque cargar un secreto toda la vida pesa demasiado. “¿Sabes qué es lo más doloroso de todo eso que me estás diciendo? Que ahora sí voy a tener plena conciencia de que papá está muerto. Esta sí es su verdadera muerte. Aunque sabía que no estaba, y que ese hombre le había disparado, ahora sí me voy a enfrentar al hecho concreto de su muerte física”, le dice Federico a Leo en ese instante donde se le da la oportunidad a la reconciliación, donde es posible iniciar un duelo.
Mirarnos en tiempos violentos es mirarnos, ojalá añorarnos, en tiempos de paz, pero a veces siento que los colombianos tenemos tanto rencor adentro que cada uno va saldando por ahí, como alma en pena, su pendiente. La literatura nos da pistas para entendernos como sociedad, para cambiar el rumbo en medio del desengaño.