Por Francisco G. Basterra
Biden represalia a Rusia y a su presidente Putin por su continuado y creciente “comportamiento maligno”, y redobla, de manera diferente a como lo hizo su predecesor Trump, la presión sobre la China de Xi Ping. El presidente demócrata, sin levantar la voz, no se someterá a presiones desestabilizadoras de adversarios autocráticos. Qué equivocado estaba Trump cuando le caricaturizó como una marioneta de Pekín. Utiliza el teléfono rojo con Moscú para sugerir a Putin una cumbre este verano en algún punto de Europa, para buscar una relación más estable y predecible con Rusia, al tiempo que advierte al Kremlin de que no se le ocurra traspasar militarmente la frontera de Ucrania.
El prudente Biden anuncia represalias personales y financieras contra Rusia: prohíbe que EE.UU. compre o negocie deuda pública rusa; expulsa a 10 diplomáticos de su Embajada en Washington. Por intentar socavar las elecciones presidenciales de 2020, y por actividades cibernéticas maliciosas en la operación Solar Winds para penetrar en miles de ordenadores del Gobierno estadounidense. Incluye en la lista de cargos la anexión de Crimea y el envenenamiento del opositor Navalni. Biden no duda de que la restauración doméstica es lo primero. Multiplica el gasto público, hasta cinco billones de dólares, frente a la crisis económica –de la que está saliendo rápidamente con un rebote positivo de crecimiento y empleo– y pandémica. Pero sin olvidar el regreso de EE.UU. al mundo, al multilateralismo, y la necesidad de marcar territorio frente a China, su adversario estratégico más importante.
Y también frente a la Rusia de Putin, la potencia pobre –su economía está en tamaño entre la italiana y la española– pero tiene a su favor poseer el segundo arsenal nuclear y la inmensidad continental de su territorio, 12 % de la superficie de la tierra, con enormes depósitos de gas y petróleo. Pero lastrada por una gran pobreza demográfica. Rusia actúa a favor de la división y desestabilización de Europa, con cierto éxito.
Biden advierte a Moscú y a Pekín del error de confundir el repliegue de EE.UU. con su declive terminal. EE.UU. regresa y hay Putin para rato. Pero Rusia no está en condiciones de cobrarse la desaparición de la URSS, que Putin calificó de la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Pareciera que estamos ante una nueva temporada de la desaparecida Guerra Fría, en la que la destrucción mutua asegurada por los arsenales nucleares de los contendientes es sustituida por una lucha por la hegemonía con las armas de la economía, la tecnología y los ataques procedentes del ciberespacio