La sala se va llenando de unos asistentes muy particulares. Caminan lento, como si llevaran una taza de té en sus cabezas. Se tambalean, hace tiempo que el olfato no les responde, hablan con dificultad, con voz monótona y con volumen reducido. Todos tiemblan. Todos tienen la enfermedad de Parkinson. Logran acomodarse en un círculo de sillas con guitarras clásicas en sus regazos y tocan. Tocan Erupción, el solo del guitarrista célebre Eddie Van Halen. Y como si invocaran esa palabra, erupción, los participantes explotan. Se despojan de sus movimientos involuntarios y milagrosamente hacen música. Ellos hacen parte de un experimento conducido por uno de los centros de investigación más prestigiosos de Estados Unidos, el Johns Hopkins de Música y Medicina. Durante 84 días tomaron clases de guitarra de una hora dos veces a la semana y todos, mejoraron el estado de ánimo y la calidad de vida. Algunos optimizaron las funciones motoras, corrigieron la postura y la marcha y redujeron los temblores. El ensayo lo repitieron con clases de canto y también tocando el tambor. De estudios similares está plagada la literatura médica y varios documentales. El más celebre quizá, Alive Inside (Vivos por dentro), recoge los efectos de la música en enfermedades como el Parkinson, el Alzheimer o la demencia. La respuesta de estas personas con tan escasos recursos para sentirse mejor es sobrecogedora. La música les devuelve un sentido de identidad a quienes parecieran haber perdido toda noción de sí mismos, dice Oliver Sacks en uno de esos videos, el neurólogo que consagró casi toda su carrera a revelar los efectos de las vibraciones sonoras en nuestro organismo.
Los monjes budistas arrojaron luces a los científicos cuando expusieron sus cerebros a la magia del electroencefalograma y allí se vio cómo en estados meditativos estos sujetos lograban que distintas regiones cerebrales operaran armónicamente. Y luego observaron que cuando se usaba música o ciertas frecuencias, quienes no estamos entrenados en meditación aguda, podemos alcanzar estados similares: como una especie de atajo para ayudarnos a llegar a estados expandidos de conciencia y bienestar. Cuando escuchamos melodías los centros de la emoción, la memoria y el movimiento se activan.
En el cuerpo tenemos más de 30 billones de células, cada una con su potencia eléctrica. Y ya sabemos que todas suenan (aunque no las escuchemos con nuestros oídos). Así lo expresa poderosamente la serie Los sonidos de la creación de la plataforma Gaia. Un viaje por la historia de la música y su poder sanador. La serie apuesta por que el futuro de la medicina se encuentra en la música y en la vibración. Si lográramos saber a qué frecuencia vibran las células tumorales, podríamos alterar su ritmo con otra armonía hasta hacerlas desaparecer, se aventura a soñar uno de los científicos entrevistados.
El poder sanador de la música ha sido explorado por todas las culturas de todas las latitudes. Así como con tantas de las prácticas de medicina ancestral, solo ahora que refrendamos en los laboratorios lo que los antepasados experimentaron y enseñaron, es que empezamos a creer.