Las reuniones multilaterales contemporáneas dicen más desde los símbolos que desde las firmas. Los acuerdos, muchas veces pactados con anterioridad por los círculos presidenciales, pasan a un segundo plano cuando podemos ver cuál es la relación entre los mandatarios que se encuentran allí. Sus apretones de manos, sus malas caras y sus sonrisas cómplices, dan en ocasiones más vuelo a la geopolítica que las carpetas de hojas y hojas con generalidades incomprobables.
La pasada reunión del G-20 tuvo un poco de ambas realidades. Señales claras de incomodidad por un mundo que se reacomoda entre nuevas lealtades y viejas desconfianzas, y declaraciones oficiales que olvidaron por momentos cualquier diplomacia.
Con todas las cámaras enfocadas en la colisión...