Desde hace décadas somos testigos de que en las organizaciones han perdido relevancia las tareas y áreas de planeación estratégica por varias razones. La más reciente es desestimar la elaboración de planes estratégicos a mediano y largo plazo porque, con la disculpa de la incertidumbre y complejidad creciente, supuestamente resulta un desperdicio de tiempo y dinero hacerlos. Por eso el “último grito de la moda” es la supuesta “estrategia emergente”, que a mi juicio es simplemente una manifestación de no haber entendido la diferencia fundamental entre estrategia y táctica.
Un fenómeno más antiguo es una distorsión del ejercicio de planeación estratégica que ha llevado a creer que dicha tarea es algo esencialmente financiero. No seré yo quien diga que los factores financieros y de rentabilidad de una organización no son medulares y vitales, así hablemos de una organización sin ánimo de lucro. Pero es un riesgo muy grande creer que la planeación financiera es necesariamente lo mismo que la planeación estratégica. Hay cosas que no son rentables financieramente, pero sí son estratégicas. Si no me cree, bote a la basura la llanta de repuesto de su carro, que no existe forma de que tenga una tasa interna de retorno (TIR) positiva, pero lo quiero ver varado en la mitad de la nada sin ella, a ver si la TIR lo ayuda a empujarlo.
Hay cosas que deben hacerse con visión de largo plazo, así a la luz de las finanzas no parezcan tener un retorno probable ni próximo, porque cuando nos sorprende lo calificado como “inesperado” porque asumimos que era de baja probabilidad de ocurrencia, resulta costosísimo no haber entendido esto antes. Pongo dos ejemplos.
Hace ya 40 años las fuerzas armadas británicas derrotaron a las argentinas en la Guerra de las Malvinas. Varios factores explican dicha victoria, pero entre ellos está la información que los ingleses habían obtenido y conservado durante mucho tiempo sobre estas islas, que seguramente llevaban años sin usarse y para algunos podrían considerarse como basura y pérdida de recursos. En 1982, sin haberse terminado la Guerra Fría, lo más lógico para cualquier institución militar europea era enfocar sus recursos y planeación a una eventual confrontación en territorio euroasiático, pero el hecho de haber conservado y mantenido las capacidades logísticas y de entrenamiento de personal para una guerra expedicionaria fuera de ese continente, que, seguro, a algún funcionario del Ministerio de Hacienda le parecería un desperdicio, le permitió a Inglaterra reaccionar apropiada y prontamente al desafío ultramarino.
Una de las razones por las cuales se pudo, como nunca antes, conseguir una vacuna contra el covid-19 en prácticamente un año fue todo el trabajo de investigación acumulado y que se había continuado desde hacía años, de seguro muy costoso y nada rentable a la vista de algún financiero, sobre virus previos de la misma familia. Sin esa valiosísima base inicial de información, probablemente para estas fechas todavía estaríamos esperando el desarrollo de una vacuna