Por Carlos Alberto Giraldo M.
Hay seres que nacen desprovistos de un gramo, de una gota de valentía. Incapaces de confrontar, de mirar a los ojos a sus contrarios. Por eso su método recurrido de acción es la conspiración desde la sombra. Se unen a los príncipes por cálculo y ambición. Son pusilánimes y serviles. Inagotables traidores de otros y de ellos mismos, porque su única condición para lucir es la hipocresía. Su talento es mimetizarse para cuidar la gordura y el confort de su parasitismo a necesidad.
Gente de descalificaciones anónimas, sin honor, sin valor para la controversia y el cuerpo a cuerpo de las ideas, las razones y la verdad. Garantizan su supervivencia escupiendo sobre otros el veneno de tergiversaciones y frustraciones.
Leyendo a Macbeth, de W. Shakespeare, en estos días de encierro, se descubre la figura de aquellos serviles, cobardes y agazapados: “Cúbrete con una careta de color de fuego”, le dice Macbeth a su criado, “cobarde, porque tienes la cara blanca como la nieve”. Sabe Macbeth que la vida está llena de “homenajes de boca y suspiros de adulación”. Lo refrenda Maquiavelo en El Príncipe: de este tipo de personajes hay que cuidarse y temerles “como si se tratase de enemigos declarados, porque esperarán la adversidad” para contribuir a la ruina.
Pero resultan mucho más decepcionantes aquellos que creyendo ser príncipes encofran estas maledicencias, estas versiones deformadas, y sirven de encubridores de pusilánimes sin espíritu, sin identidad de género, sin pantalones ni falda. Esos servidores miedosos que por supuesto luego serán incapaces de la lealtad y de dar la vida por alguna causa superior y digna.
El que está agazapado no quiere ser visto.
En un portal de internet ( www.niapalos.org ), de esos ácidos en los que hoy se vierten los reclamos a la vida, aparecen otras líneas más que le calzan a esta subespecie humana: “si uno presta la suficiente atención cuando hablan (y no es fácil prestarle atención a este tipo de personas) puede distinguirlos enseguida porque se delatan esquivando pronunciarse sobre cuestiones importantes de cualquier índole, considerando que ser apolítico es una posición real, inteligente y neutral o simplemente porque repiten, sin el más mínimo análisis propio, posturas ajenas”.
Su única práctica posible, esperable, son los mensajes y las notas conspiradoras que envían desde el anonimato, para sembrar cizaña. La clandestinidad, la acusación sin rostro, y sin testosterona, moldean los límites de su personalidad floja, que rehuye las consecuencias de la transparencia y la franqueza. Agazapados, así sobreviven.