De pronto, por culpa de las descargas eléctricas que llovieron sobre Medellín el martes en la tarde, quedamos como en los años de upa: sin televisión y sin internet.
El hombre de internet sin internet, su prótesis cibernética, queda incompleto, hecho un Blas de Leso. Necesitamos vivir al segundo. Saber dónde tiembla la tierra, o qué destino cogieron los huracanes que nos recuerdan lo frágiles, impotentes y minúsculos que somos.
Tuve la sensación de que no existía. Hasta llegué a preguntarme: ¿Y si el mundo se acaba a mis espaldas?
No vacilé en llamar a mi jíbaro o proveedor de cable para amenazarlo con pasarme a la competencia si no me devolvía internet, uno de mis juguetes preferidos.
“Usted no sabe quién soy yo”, estuve tentado de decirle como...