Por María Camila Zapata Vásquez
Universidad Pontificia Bolivariana
Facultad de Medicina, semestre 10
mcamila9612@gmail.com
Existe una epidemia desde hace años atrás, que aceleradamente ha infestado, haciéndose pasar por una entidad inocua; lleva a las personas al límite, incluso cobra vidas, más de las que se podrían imaginar. Los seres humanos que la padecen viven como aquel que busca y nunca encuentra, es como una plaga que se expande sin control y aparenta no tener cura.
Fue transmitida persona a persona, no puedo asegurar desde hace cuánto tiempo comenzó, pero su inicio, supongo, debió ser detonado por algún espécimen que declaró que los errores no están permitidos, algún ser con ínfulas de superioridad que determinó que equivocarse es inadmisible y vergonzoso. Dicha condición pone en manifiesto la incapacidad de reconocer los pequeños logros cotidianos, porque el objetivo es la perfección, que por fortuna es tanto falsa como inexistente.
Se esconde bajo el nombre de perfeccionismo, incluso se lleva con orgullo como si fuera un don especial. Es utilizado deliberadamente en múltiples entrevistas con el sobrenombre de defecto, siendo en realidad una respuesta cargada de ego, abrazada a la falta de autocrítica, pues si somos sinceros dicho calificativo supuestamente negativo está dentro de los límites del confort, porque al fin de cuentas no denota ninguna falencia, es en realidad connotación de trabajo arduo y disciplina.
Estos seres son insaciables, para ellos cada excelente siempre puede ser mejor, cada logro haber sido mayor y cuando desaciertan su enfermedad entra en un periodo de crisis sin control, como cuando una tormenta se desata sobre una vivienda sin techo, ni protección y destruye todo a su paso. Esta etapa frecuente de rabia es llamada intolerancia a la frustración, pero va mucho más allá de simplemente no ser aptos para aceptar los fracasos; considero es secundario a las exigencias desmesuradas, con calificativos cuantitativos que simulan definir el potencial humano, creando una nueva generación con capacidades y oportunidades inimaginables con una vida de inconformismos, imposibles de complacer.
No me mal entiendan, no estoy recitando la oda a la mediocridad, ni es una invitación a huir del trabajo duro; es por el contrario la expresión de asombro a este fenómeno creciente de logros insuficientes y flagelaciones. Sin percatarnos se prostituyó el significado de excelencia, porque ahora es más importante ser reconocido que ser realmente bueno. Los aplausos deformaron la percepción de éxito y la comparación como veneno sin antídoto, recorre cada fibra creciendo en forma de desasosiego e insatisfacciones.
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