En el edificio donde viví por varios años en Valencia, España, me tocó presenciar un episodio doloroso: nos enteramos de la muerte de una anciana vecina por su hedor, varios días después de fallecida. Allí, como en otras ciudades europeas, me di cuenta de un fenómeno que en aquel momento era novedoso para mí. Los jóvenes, una vez contaban con la mínima capacidad económica para sustentarse, se instalaban fuera de sus casas. Algo, en principio, de elogiar, pues mostraba una determinación de autonomía. Pero fui dándome cuenta de cómo se hacía frecuente la sensación de distancia y abandono con los mayores. Pero esa no es historia solo del otro lado del océano. En Medellín también registré años atrás el caso de un anciano, del que supimos de su muerte...